Página 70 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
el varón de Dios había dado por palabra de Jehová.”
1 Reyes 13:2,
3, 5
.
Al ver esto, Jeroboam se llenó de un espíritu de desafío con-
tra Dios, e intentó hacer violencia a aquel que había comunicado
el mensaje. “Extendiendo su mano desde el altar,” clamó con ira:
“¡Prendedle!” Su acto impetuoso fué castigado con presteza. La
mano extendida contra el mensajero de Jehová quedó repentinamen-
te inerte y desecada, de modo que no pudo retraerla.
Aterrorizado, el rey suplicó al profeta que intercediera con Dios
en favor suyo. Solicitó: “Te pido que ruegues a la faz de Jehová
tu Dios, y ora por mí, que mi mano me sea restituída. Y el varón
de Dios oró a la faz de Jehová, y la mano del rey se le recuperó, y
tornóse como antes.”
1 Reyes 13:4, 6
.
Vano había sido el esfuerzo de Jeroboam por impartir solemni-
dad a la dedicación de un altar extraño, cuyo respeto habría hecho
despreciar el culto de Jehová en el templo de Jerusalén. El mensaje
del profeta debiera haber inducido al rey de Israel a arrepentirse y
a renunciar a sus malos propósitos, que desviaban al pueblo de la
adoración que debía tributar al Dios verdadero. Pero el rey endureció
su corazón, y resolvió cumplir su propia voluntad.
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Cuando se celebró aquella fiesta en Betel, el corazón de los
israelitas no se había endurecido por completo. Muchos eran todavía
susceptibles a la influencia del Espíritu Santo. El Señor quería que
aquellos que se deslizaban rápidamente hacia la apostasía, fuesen
detenidos en su carrera antes que fuese demasiado tarde. Envió a su
mensajero para interrumpir el proceder idólatra y revelar al rey y al
pueblo lo que sería el resultado de esta apostasía. La partición del
altar indicó cuánto desagradaba a Dios la abominación que se estaba
cometiendo en Israel.
El Señor procura salvar, no destruir. Se deleita en rescatar a los
pecadores. “Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte
del impío.”
Ezequiel 33:11
. Mediante amonestaciones y súplicas,
ruega a los extraviados que cesen de obrar mal, para retornar a
él y vivir. Da a sus mensajeros escogidos una santa osadía, para
que quienes los oigan teman y sean inducidos a arrepentirse. ¡Con
cuánta firmeza reprendió al rey el hombre de Dios! Y esta firmeza era
esencial; ya que de ninguna otra manera podían encararse los males
existentes. El Señor dió audacia a su siervo, para que hiciese una