Página 78 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
troso para él y para la nación. Como no tenía principios ni elevada
norma de conducta, su carácter fué modelado con facilidad por el
espíritu resuelto de Jezabel. Su naturaleza egoísta no le permitía
apreciar las misericordias de Dios para con Israel ni sus propias
obligaciones como guardián y conductor del pueblo escogido.
Bajo la influencia agostadora del gobierno de Acab, Israel se
alejó mucho del Dios vivo, y corrompió sus caminos delante de
él. Durante muchos años, había estado perdiendo su sentido de
reverencia y piadoso temor; y ahora parecía que no hubiese nadie
capaz de exponer la vida en una oposición destacada a las blasfemias
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prevalecientes. La obscura sombra de la apostasía cubría todo el
país. Por todas partes podían verse imágenes de Baal y Astarte.
Se multiplicaban los templos y los bosquecillos consagrados a los
ídolos, y en ellos se adoraban las obras de manos humanas. El
aire estaba contaminado por el humo de los sacrificios ofrecidos
a los dioses falsos. Las colinas y los valles repercutían con los
clamores de embriaguez emitidos por un sacerdocio pagano que
ofrecía sacrificios al sol, la luna y las estrellas.
Mediante la influencia de Jezabel y sus sacerdotes impíos, se
enseñaba al pueblo que los ídolos que se habían levantado eran
divinidades que gobernaban por su poder místico los elementos de
la tierra, el fuego y el agua. Todas las bendiciones del cielo: los
arroyos y corrientes de aguas vivas, el suave rocío, las lluvias que
refrescaban la tierra y hacían fructificar abundantemente los campos,
se atribuían al favor de Baal y Astarte, en vez del Dador de todo don
perfecto. El pueblo olvidaba que las colinas y los valles, los ríos y
los manantiales, estaban en las manos del Dios vivo; y que éste regía
el sol, las nubes del cielo y todos los poderes de la naturaleza.
Mediante mensajeros fieles, el Señor mandó repetidas amonesta-
ciones al rey y al pueblo apóstatas; pero esas palabras de reprensión
fueron inútiles. En vano insistieron los mensajeros inspirados en el
derecho de Jehová como único Dios de Israel; en vano exaltaron las
leyes que les había confiado. Cautivado por la ostentación de lujo y
los ritos fascinantes de la idolatría, el pueblo seguía el ejemplo del
rey y de su corte, y se entregaba a los placeres intoxicantes y degra-
dantes de un culto sensual. En su ciega locura, prefirió rechazar a
Dios y su culto. La luz que le había sido dada con tanta misericordia
se había vuelto tinieblas. El oro fino se había empañado.