78
Profetas y Reyes
Dios iba a humillar al apóstata Israel, y que los castigos inducirían a
éste a arrepentirse. El decreto del Cielo había sido dado; no podía
la palabra de Dios dejar de cumplirse; y con riesgo de su vida Elías
cumplió intrépidamente su comisión. Como un rayo que bajara de
un cielo despejado, el anunció del castigo inminente llegó a los oídos
del rey impío; pero antes que Acab se recobrase de su asombro o
formulara una respuesta, Elías desapareció tan abruptamente como
se había presentado, sin aguardar para ver el efecto de su mensaje.
Y el Señor fué delante de él, allanándole el camino. Se le ordenó al
profeta: “Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el
arroyo de Cherith, que está delante del Jordán; y beberás del arroyo;
y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer.”
El rey realizó diligentes investigaciones, pero no se pudo en-
contrar al profeta. La reina Jezabel, airada por el mensaje que los
privaba a todos de los tesoros del cielo, consultó inmediatamente a
los sacerdotes de Baal, quienes se unieron a ella para maldecir al
profeta y para desafiar la ira de Jehová. Pero por mucho que desearan
encontrar al que había anunciado la desgracia, estaban destinados a
quedar chasqueados. Ni tampoco pudieron evitar que otros supieran
de la sentencia pronunciada contra la apostasía. Se difundieron pres-
[90]
tamente por todo el país las noticias de cómo Elías había denunciado
los pecados de Israel y profetizado un castigo inminente. Algunos
empezaron a temer, pero en general el mensaje celestial fué recibido
con escarnio y ridículo.
Las palabras del profeta entraron en vigencia inmediatamente.
Los que al principio se inclinaban a burlarse del pensamiento de
que pudiese acaecer una calamidad, tuvieron pronto ocasión de
reflexionar seriamente; porque después de algunos meses la tierra, al
no ser refrigerada por el rocío ni la lluvia, se resecó y la vegetación
se marchitó. Con el transcurso del tiempo, empezó a reducirse el
cauce de corrientes que nunca se habían agotado, y los arroyos
comenzaron a secarse. Pero los caudillos instaron al pueblo a tener
confianza en el poder de Baal, y a desechar las palabras ociosas de
la profecía hecha por Elías. Los sacerdotes seguían insistiendo en
que las lluvias caían por el poder de Baal. Recomendaban que no
se temiese al Dios de Elías ni se temblase a su palabra, ya que Baal
era quien producía las mieses en sazón, y proveía sustento para los
hombres y los animales.