Página 87 - Profetas y Reyes (1957)

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Una severa reprensión
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entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que lo comamos, y
nos muramos.” Elías le contestó: “No hayas temor; ve, haz como
has dicho: empero hazme a mí primero de ello una pequeña torta
cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para
tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La tinaja de la
harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel
día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra.”
No podría haberse exigido mayor prueba de fe. Hasta entonces
la viuda había tratado a todos los forasteros con bondad y genero-
sidad. En ese momento, sin tener en cuenta los sufrimientos que
pudiesen resultar para ella y su hijo, y confiando en que el Dios de
Israel supliría todas sus necesidades, dió esta prueba suprema de
hospitalidad obrando “como le dijo Elías.”
Admirable fué la hospitalidad manifestada al profeta de Dios por
esta mujer fenicia, y admirablemente fueron recompensadas su fe y
generosidad. “Y comió él, y ella y su casa, muchos días. Y la tinaja
de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite, conforme a
la palabra de Jehová que había dicho por Elías.
“Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del
ama de la casa, y la enfermedad fué tan grave, que no quedó en
él resuello. Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de
Dios? ¿has venido a mí para traer en memoria mis iniquidades, y
para hacerme morir mi hijo?
“Y él le dijo: Dame acá tu hijo. Entonces él lo tomó de su regazo,
y llevólo a la cámara donde él estaba, y púsole sobre su cama... Y
midióse sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová. ... Y Jehová oyó
la voz de Elías, y el alma del niño volvió a sus entrañas, y revivió.
“Tomando luego Elías al niño, trájolo de la cámara a la casa,
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y diólo a su madre, y díjole Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces la
mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que
la palabra de Jehová es verdad en tu boca.”
La viuda de Sarepta compartió su poco alimento con Elías; y
en pago, fué preservada su vida y la de su hijo. Y a todos los que,
en tiempo de prueba y escasez, dan simpatía y ayuda a otros más
menesterosos, Dios ha prometido una gran bendición. El no ha
cambiado. Su poder no es menor hoy que en los días de Elías. No
es menos segura que cuando fué pronunciada por nuestro Salvador