Página 94 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
de ver honrar a Dios, devuelve a Acab su imputación, declarando
intrépidamente al rey que son
sus
pecados y los de
sus
padres, lo
que atrajo sobre Israel esta terrible calamidad. “Yo no he alborotado
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a Israel—asevera audazmente Elías,—sino tú y la casa de tu padre,
dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los Baales.”
Hoy también es necesario que se eleve una reprensión seve-
ra; porque graves pecados han separado al pueblo de su Dios. La
incredulidad se está poniendo de moda aceleradamente. Millares
declaran: “No queremos que éste reine sobre nosotros.”
Lucas 19:14
.
Los suaves sermones que se predican con tanta frecuencia no hacen
impresión duradera; la trompeta no deja oír un sonido certero. Los
corazones de los hombres no son conmovidos por las claras y agudas
verdades de la Palabra de Dios.
Son muchos los cristianos profesos que dirían, si expresasen sus
sentimientos verdaderos: ¿Qué necesidad hay de hablar con tanta
claridad? Podrían preguntar también: ¿Qué necesidad tenía Juan el
Bautista de decir a los fariseos: “¡Oh generación de víboras, ¿quién
os enseñó a huir de la ira que vendrá?”
Lucas 3:7
.
¿Había acaso alguna necesidad de que provocase la ira de Hero-
días diciendo a Herodes que era ilícito de su parte vivir con la esposa
de su hermano? El precursor de Cristo perdió la vida por hablar
con claridad. ¿Por qué no podría haber seguido él por su camino sin
incurrir en el desagrado de los que vivían en el pecado?
Así han argüído hombres que debieran haberse destacado como
fieles guardianes de la ley de Dios, hasta que la política de conve-
niencia reemplazó la fidelidad, y se dejó sin reprensión al pecado.
¿Cuándo volverá a oírse en la iglesia la voz de las reprensiones
fieles?
“Tú eres aquel hombre.”
2 Samuel 12:7
. Es muy raro que se oigan
en los púlpitos modernos, o que se lean en la prensa pública, palabras
tan inequívocas y claras como las dirigidas por Natán a David. Si
no escasearan tanto, veríamos con más frecuencia manifestaciones
del poder de Dios entre los hombres. Los mensajeros del Señor no
deben quejarse de que sus esfuerzos permanecen sin fruto, si ellos
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mismos no se arrepienten de su amor por la aprobación, de su deseo
de agradar a los hombres, que los induce a suprimir la verdad.
Los ministros que procuran agradar a los hombres, y claman:
Paz, paz, cuando Dios no ha hablado de paz, debieran humillar su