Página 103 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Un signo de grandeza
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contraste. Su justicia propia lo induce a acusar. Condena a “los otros
hombres” como transgresores de la ley de Dios. Así está manifestan-
do el mismo espíritu de Satanás, el acusador de los hermanos. Con
este espíritu le es imposible ponerse en comunión con Dios. Vuelve
a su casa desprovisto de la bendición divina.
El publicano había ido al templo con otros adoradores, pero
pronto se apartó de ellos, sintiéndose indigno de unirse en sus de-
vociones. Estando en pie lejos, “no quería ni aun alzar los ojos al
cielo, sino que hería su pecho” con amarga angustia y aborrecimien-
to propio. Sentía que había obrado contra Dios; que era pecador y
sucio. No podía esperar misericordia, ni aun de los que lo rodeaban,
porque lo miraban con desprecio. Sabía que no tenía ningún mérito
que lo recomendara a Dios, y con una total desesperación clamaba:
“Dios, sé propicio a mí pecador”. No se comparaba con los otros.
Abrumado por un sentimiento de culpa, estaba como si fuera solo
en la presencia de Dios. Su único deseo era el perdón y la paz, su
único argumento era la misericordia de Dios. Y fue bendecido. “Os
digo—dice Cristo—que éste descendió a su casa justificado antes
que el otro”.
El fariseo y el publicano representan las dos grandes clases en
que se dividen los que adoran a Dios. Sus dos primeros representan-
tes son los dos primeros niños que nacieron en el mundo. Caín se
creía justo, y sólo presentó a Dios una ofrenda de agradecimiento.
No hizo ninguna confesión de pecado, y no reconoció ninguna nece-
sidad de misericordia. Abel, en cambio, se presentó con la sangre
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que simbolizaba al Cordero de Dios. Lo hizo en calidad de pecador,
confesando que estaba perdido; su única esperanza era el amor in-
merecido de Dios. Dios apreció la ofrenda de Abel, pero no tomó
en cuenta a Caín ni a la suya. La sensación de la necesidad, el re-
conocimiento de nuestra pobreza y pecado, es la primera condición
para que Dios nos acepte. “Bienaventurados los pobres en espíritu:
porque de ellos es el reino de los cielos”
En la historia del apóstol Pedro hay una lección para cada una
de las clases representadas por el fariseo y el publicano. Pedro se
conceptuaba fuerte al comienzo de su discipulado. Como el fariseo,
en su propia estima no era “como los otros hombres”. Cuando
Cristo, la víspera de ser traicionado, amonestó de antemano a sus
discípulos: “Todos seréis escandalizados en mí esta noche”, Pedro