Página 104 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
le dijo confiadamente: “Aunque todos sean escandalizados, mas
no yo”
Pedro no conocía el peligro que corría, y lo descarrió la
confianza propia. Se creyó capaz de resistir la tentación; pero pocas
horas después le vino la prueba, y con maldiciones y juramentos
negó a su Señor.
Cuando el canto del gallo le hizo recordar las palabras de Cristo,
sorprendido y emocionado por lo que acababa de hacer, se volvió y
miró a su Maestro. En ese momento Cristo miró a Pedro, y éste se
comprendió a sí mismo ante la triste mirada, en la que se mezclaban
la compasión y el amor hacia él. Salió y lloró amargamente, pues
aquella mirada de Cristo quebrantó su corazón. Pedro había llegado
al punto de la conversión, y amargamente se arrepintió de su pecado.
Fue semejante al publicano en su contrición y arrepentimiento, y
como éste, también alcanzó misericordia. La mirada de Cristo le dio
la seguridad del perdón.
Entonces desapareció su confianza propia. Nunca más se repitie-
ron sus antiguas aseveraciones jactanciosas.
Después de su resurrección, Cristo probó tres veces a Pedro.
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“Simón, hijo de Jonás—le dijo—, ¿me amas más que éstos?” Pedro
no se ensalzó entonces por encima de sus hermanos, sino que apeló
a Aquel que podía leer su corazón. “Señor—dijo—, tú sabes todas
las cosas; tú sabes que te amo”
Entonces recibió su comisión. Le fue designada una obra más
amplia y delicada de la que le había tocado antes. Cristo le ordenó
apacentar las ovejas y los corderos. Al confiar así a su mayordomía
las almas por las cuales el Salvador había depuesto su propia vida,
Cristo dio a Pedro la mayor prueba de confianza en su rehabilita-
ción. El discípulo que una vez fuera inquieto, jactancioso, lleno de
confianza propia, se había vuelto sumiso y contrito. Desde entonces
siguió a su Señor con abnegación y sacrificio propio. Participó de
los sufrimientos de Cristo; y cuando Cristo se siente en el trono de
su gloria, Pedro participará de su gloria.
Hoy día el mal que provocó la caída de Pedro y que apartó al
fariseo de la comunión con Dios, está ocasionando la ruina de milla-
res. No hay nada que ofenda tanto a Dios, o que sea tan peligroso
para el alma humana, como el orgullo y la suficiencia propia. De
todos los pecados es el más desesperado, el más incurable.