Página 109 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Un signo de grandeza
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apóstol Pedro llegó a ser fiel ministro de Cristo, y fue grandemente
honrado con la luz y el poder divinos; tuvo una parte activa en la
formación de la iglesia de Cristo; pero Pedro nunca olvidó la terrible
vicisitud de su humillación; su pecado fue perdonado; y sin embargo,
él bien sabía que para la debilidad de carácter que había ocasionado
su caída sólo podía valer la gracia de Cristo. No encontraba en sí
mismo nada de que gloriarse.
Ninguno de los apóstoles o profetas pretendió jamás estar sin
pecado. Los hombres que han vivido más cerca de Dios, que han
estado dispuestos a sacrificar la vida misma antes que cometer a
sabiendas una acción mala, los hombres a los cuales Dios había
honrado con luz y poder divinos, han confesado la pecaminosidad
de su propia naturaleza. No han puesto su confianza en la carne,
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no han pretendido tener ninguna justicia propia, sino que han con-
fiado plenamente en la justicia de Cristo. Así harán todos los que
contemplen a Cristo.
En cada paso que demos en la vida cristiana, se ahondará nuestro
arrepentimiento. A aquellos a quienes el Señor ha perdonado y a
quienes reconoce como su pueblo, él les dice: “Os acordaréis de
vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas;
y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades”
Otra vez él dice: “Confirmaré mi pacto contigo, y sabrás que yo
soy Jehová; para que te acuerdes, y te avergüences, y nunca más
abras la boca a causa de tu vergüenza, cuando me aplacare para
contigo de todo lo que hiciste, dice el Señor Jehová”
Entonces
nuestros labios no se abrirán en glorificación propia. Sabremos
que únicamente Cristo es nuestra suficiencia. Haremos nuestra la
confesión del apóstol: “Yo sé que en mí (es a saber, en mi carne)
no mora el bien”. “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a
mí, y yo al mundo”
En armonía con esto se da la orden: “Ocupaos en vuestra salva-
ción con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra
así el querer como el hacer, por su buena voluntad”
Dios no os
manda temer que él dejará de cumplir sus promesas, que se cansará
su paciencia, o que llegará a faltar su compasión. Temed que vuestra
voluntad no sea mantenida sujeta a la de Cristo, que vuestros rasgos
de carácter hereditarios y cultivados rijan vuestra vida. “Dios es