Página 110 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena
voluntad”. Temed que el yo se interponga entre vuestra alma y el
gran Artífice. Temed que la voluntad propia malogre el elevado pro-
pósito que Dios desea alcanzar mediante vosotros. Temed confiar
en vuestra propia fuerza, temed retirar vuestra mano de la mano
de Cristo, e intentar recorrer el camino de la vida sin su presencia
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constante.
Debemos evitar todo lo que estimule el orgullo y la suficiencia
propia; por lo tanto, debemos estar apercibidos para no dar ni recibir
lisonjas o alabanzas. La adulación es obra de Satanás. El se ocupa
tanto en adular como en acusar y condenar, y así procura la ruina
del alma. Los que alaban a los hombres son usados como agentes
por Satanás. Alejen de sí las palabras de alabanza los obreros de
Cristo. Sea ocultado el yo. Sólo Cristo debe ser exaltado. Diríjase
todo ojo, y ascienda alabanza de todo corazón “al que nos amó, y
nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre”
La vida que abriga el temor de Jehová no será una vida de tristeza
y oscuridad. La ausencia de Cristo es la que entristece el semblante
y hace de la vida una peregrinación de suspiros. Los que están llenos
de estima y amor propios no sienten la necesidad de una unión
viviente y personal con Cristo. El corazón que no ha caído sobre
la Roca está orgulloso de estar entero. Los hombres desean una
religión dignificada. Desean seguir por un camino suficientemente
ancho como para llevar por él sus propios atributos. Su amor propio,
su amor a la popularidad y a la alabanza excluyen al Salvador de su
corazón, y sin él hay oscuridad y tristeza. Pero Cristo al morar en el
alma es una fuente de gozo. Para todos los que lo reciben, la nota
tónica de la Palabra de Dios es el regocijo.
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y
cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con
el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de
los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”
Fue cuando estuvo oculto en la hendidura de la roca cuando Moi-
sés contempló la gloria de Dios. Cuando nos ocultemos en la Roca
hendida, será cuando Cristo nos cubrirá con su mano traspasada,
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y oiremos lo que el Señor dice a sus siervos. A nosotros, como a
Moisés, Dios se revelará como “misericordioso y piadoso; tardo para