Página 120 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
pierde. En medio de las antífonas del coro celestial, Dios oye los
clamores del más débil de los seres humanos. Derramamos los de-
seos de nuestro corazón en nuestra cámara secreta, expresamos una
oración mientras andamos por el camino, y nuestras palabras llegan
al trono del Monarca del universo. Pueden ser inaudibles para todo
oído humano, pero no morirán en el silencio, ni serán olvidadas a
causa de las actividades y ocupaciones que se efectúan. Nada puede
ahogar el deseo del alma. Este se eleva por encima del ruido de
la calle, por encima de la confusión de la multitud, y llega a las
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cortes del cielo. Es a Dios a quien hablamos, y nuestra oración es
escuchada.
Vosotros los que os sentís los más indignos, no temáis encomen-
dar vuestro caso a Dios. Cuando se dio a sí mismo en Cristo por los
pecados del mundo, tomó a su cargo el caso de cada alma. “El que
aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
¿No cumplirá
él la palabra de gracia dada para nuestro ánimo y fortaleza?
El mayor deseo de Cristo es redimir su herencia del dominio
de Satanás. Pero antes de que seamos librados del poder satánico
exteriormente, debemos ser librados de su poder interiormente. El
Señor permite las pruebas a fin de que seamos limpiados de la mun-
danalidad, el egoísmo y los rasgos de carácter duros y anticristianos.
El permite que las profundas aguas de la aflicción cubran nuestra
alma para que lo conozcamos, y a Jesucristo a quien ha enviado, con
el objeto de hacer brotar en nuestro corazón anhelos profundos de ser
purificados de la contaminación, y que salgamos de la prueba más
puros, más santos, más felices. A menudo entramos en el crisol de la
prueba con nuestras almas oscurecidas por el egoísmo, pero si somos
pacientes bajo la prueba decisiva, saldremos reflejando el carácter
divino. Cuando su propósito en la aflicción se cumpla, “exhibirá tu
justicia como la luz, y tus derechos como el medio día”
No hay peligro de que el Señor descuide las oraciones de sus
hijos. El peligro es que, en la tentación y la prueba, se descorazonen,
y dejen de perseverar en oración.
El Salvador manifestó compasión divina hacia la mujer sirofeni-
sa. Su corazón fue conmovido al contemplar su aflicción. Anhelaba
darle una seguridad inmediata de que su oración había sido escu-
chada; pero quería enseñar una lección a sus discípulos, y por un