La fuente del poder vencedor
            
            
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              momento pareció desatender el clamor de su corazón torturado.
            
            
              Cuando la fe de la mujer se hubo manifestado, le dirigió palabras
            
            
              [139]
            
            
              de encomio, y la envió con la preciosa bendición que había pedido.
            
            
              Los discípulos nunca olvidaron esta lección, y fue registrada para
            
            
              demostrar el resultado de la oración perseverante.
            
            
              Fue Cristo mismo quien puso en el corazón de aquella madre la
            
            
              persistencia que no pudo ser rechazada. Fue Cristo el que concedió
            
            
              valor y determinación ante el juez a la viuda suplicante. Fue Cristo
            
            
              quien, siglos antes, en el conflicto misterioso desarrollado junto al
            
            
              Jaboc, había inspirado a Jacob la misma fe perseverante. Y no dejó
            
            
              sin recompensar la confianza que él mismo había implantado.
            
            
              Aquel que vive en el santuario celestial juzga con justicia. Se
            
            
              complace más en sus hijos que luchan contra la tentación en un
            
            
              mundo de pecado que en las huestes de ángeles que rodean su trono.
            
            
              Todo el universo celestial manifiesta el más grande interés en
            
            
              esta motita que es nuestro mundo; pues Cristo ha pagado un precio
            
            
              infinito por las almas de sus habitantes. El Redentor del mundo ha
            
            
              ligado la tierra con el cielo mediante lazos de inteligencia, pues
            
            
              aquí se hallan los redimidos del Señor. Los seres celestiales todavía
            
            
              visitan la tierra como en los días en que andaban y hablaban con
            
            
              Abrahán y con Moisés. En medio de las actividades y el trajín de
            
            
              nuestras grandes ciudades, en medio de las multitudes que atestan
            
            
              la vía pública y los centros de comercio, donde desde la mañana
            
            
              hasta la noche la gente obra como si los negocios, los deportes y los
            
            
              placeres constituyeran todo lo que hay en la vida, en esos lugares
            
            
              en que hay tan pocos que contemplan las realidades invisibles, aun
            
            
              allí el cielo tiene todavía vigilantes y santos. Hay agentes invisibles
            
            
              que observan cada palabra y cada acto de los seres humanos. En
            
            
              toda asamblea reunida con propósitos de comercio o placer, en toda
            
            
              reunión de culto, hay más oyentes de los que pueden verse con los
            
            
              ojos mortales. A veces los seres celestiales descorren el velo que
            
            
              [140]
            
            
              esconde el mundo invisible, a fin de que nuestros pensamientos se
            
            
              vuelvan de la prisa y la tensión de la vida, a considerar que hay
            
            
              testigos invisibles de todo lo que hacemos o decimos.
            
            
              Necesitamos entender mejor la misión de los ángeles visitadores.
            
            
              Sería bueno considerar que en todo nuestro trabajo tenemos la coope-
            
            
              ración y el cuidado de los seres celestiales. Ejércitos invisibles de luz
            
            
              y poder atienden a los humildes y mansos que creen en las promesas