La esperanza de la vida
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¿A cuántos de los errantes, tú, lector, has buscado y llevado de
vuelta al redil? Cuando te apartas de los que no parecen promisorios
ni atractivos, ¿te das cuenta de que estás descuidando las almas
que está buscando Cristo? En el preciso momento en que te apartas
de ellos, quizá es cuando necesiten más de tu compasión. En cada
reunión de culto, hay almas que anhelan descanso y paz. Quizá
parezca que viven vidas descuidadas, pero no son insensibles a la
influencia del Espíritu Santo. Muchas de ellas pueden ser ganadas
para Cristo.
Si no se lleva la oveja perdida de vuelta al aprisco, vaga hasta
que perece, y muchas almas descienden a la ruina por falta de una
mano que se extienda para salvarlas. Los que van errantes pueden
parecer duros e indiferentes; pero si hubieran tenido las mismas
ventajas que otros han tenido, habrían revelado mayor nobleza de
alma, y mayor talento para la utilidad. Los ángeles se compadecen
de ellos. Los ángeles lloran mientras los ojos humanos están secos y
los corazones cerrados a la piedad.
¡Oh, la falta de simpatía profunda y enternecedora por los ten-
tados y errantes! ¡Oh, más del espíritu de Cristo, y menos, mucho
menos del yo!
Los fariseos entendieron la parábola de Cristo como un reproche
para ellos. En vez de aceptar las críticas que hacían de su obra, él
había reprochado su descuido hacia los publicanos y pecadores. No
lo había hecho abiertamente para no cerrar sus corazones contra él;
pero su ilustración les presentaba precisamente la obra que Dios
requería de ellos y que no habían hecho. Si hubieran sido verdade-
ros pastores, esos dirigentes de Israel habrían hecho la obra de un
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pastor. Hubieran manifestado la misericordia y el amor de Cristo,
y se habrían unido con él en su misión. Al rechazar esto habían
probado que eran falsas sus pretensiones de piedad. Ahora muchos
rechazaron el reproche de Cristo, pero hubo algunos que quedaron
convencido por sus palabras. Después de la ascensión de Cristo al
cielo, descendió sobre éstos el Espíritu Santo y se unieron con los
discípulos precisamente en la obra bosquejada en la parábola de la
oveja perdida.