Página 133 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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La esperanza de la vida
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Esta parábola tiene una lección para las familias. Con frecuencia
hay gran descuido en el hogar respecto al alma de sus miembros.
Entre ellos quizá haya uno que está apartado de Dios; pero cuán
poca ansiedad se experimenta, a fin de que en la relación familiar no
se pierda uno de los dones confiados por Dios.
La moneda, aunque se encuentre entre el polvo y la basura, es
siempre una pieza de plata. Su dueño la busca porque es de valor.
Así toda alma, aunque degradada por el pecado, es considerada
preciosa a la vista de Dios. Así como la moneda lleva la imagen
e inscripción de las autoridades, también el hombre, al ser creado,
llevaba la imagen y la inscripción de Dios, y aunque ahora está
malograda y oscurecida por la influencia del pecado, quedan aun
en cada alma los rastros de esa inscripción. Dios desea recobrar
esa alma, y volver a escribir en ella su propia imagen en justicia y
santidad.
La mujer de la parábola busca diligentemente su moneda perdida.
Enciende el candil y barre la casa. Quita todo lo que pueda obstruir
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su búsqueda. Aunque sólo ha perdido una dracma, no cesará en sus
esfuerzos hasta encontrarla. Así también en la familia, si uno de
los miembros se pierde para Dios, deben usarse todos los medios
para rescatarlo. Practiquen todos los demás un diligente y cuidadoso
examen propio. Investíguese el proceder diario. Véase si no hay
alguna falta o error en la dirección del hogar, por el cual esa alma se
empecina en su impenitencia.
Los padres no deben descansar si en su familia hay un hijo que
vive inconsciente de su estado pecaminoso. Enciéndase el candil.
Escudríñese la Palabra de Dios, y al amparo de su luz examínese
diligentemente todo lo que hay en el hogar para ver por qué está
perdido ese hijo. Escudriñen los padres su propio corazón, examinen
sus hábitos y prácticas. Los hijos son la herencia del Señor, y somos
responsables ante él por el manejo de su propiedad.
Hay padres y madres que anhelan trabajar en algún campo mi-
sionero; hay muchos que son activos en su obra cristiana fuera de
su hogar, mientras que sus propios hijos son extraños al Salvador y
su amor. Muchos padres confían al pastor o al maestro de la escuela
sabática la obra de ganar a sus hijos para Cristo; pero al hacerlo
descuidan su propia responsabilidad recibida de Dios. La educación
y preparación de sus hijos para que sean cristianos es el servicio