Página 134 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
de carácter más elevado que los padres puedan ofrecer a Dios. Es
una obra que demanda un trabajo paciente, y un esfuerzo diligente
y perseverante que dura toda la vida. Al descuidar este propósito
demostramos ser mayordomos desleales. Dios no aceptará ninguna
excusa por tal descuido.
Pero no han de desesperar los que son culpables de descuido. La
mujer que había perdido una dracma buscó hasta encontrarla. Así
también trabajen los padres por los suyos, con amor, fe y oración,
hasta que gozosamente puedan presentarse a Dios diciendo: “He
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aquí, yo y los hijos que me dio Jehová”
Esta es verdadera obra misionera, y es tan provechosa para los
que la hacen como para aquellos en favor de los cuales se realiza.
Mediante nuestro fiel interés en el círculo del hogar nos preparamos
para la obra en pro de los miembros de la familia del Señor, con
los cuales viviremos por las edades eternas si somos fieles a Cristo.
Hemos de mostrar por nuestros hermanos y hermanas en Cristo el
mismo interés que tenemos mutuamente como miembros de una
familia.
Y el propósito de Dios es que todo esto nos capacite para trabajar
por otros. A medida que se amplíen nuestras simpatías y aumente
nuestro amor, encontraremos por doquiera una obra que hacer. La
gran familia humana de Dios abarca el mundo, y no ha de pasarse
por alto descuidadamente ninguno de sus miembros.
Dondequiera que estemos, la dracma perdida espera nuestra bús-
queda. ¿La estamos buscando? Día tras día nos encontramos con
los que no tienen interés en la religión; conversamos con ellos, y los
visitamos; mas ¿mostramos interés en su bienestar espiritual? ¿Les
presentamos a Cristo como el Salvador que perdona los pecados?
Con nuestro corazón ardiendo con el amor de Cristo, ¿les hablamos
acerca de ese amor? Si no lo hacemos, ¿cómo podremos encontrar-
nos con esas almas perdidas, eternamente perdidas, cuando estemos
con ellas delante del trono de Dios?
¿Quién puede estimar el valor de un alma? Si queréis saber su
valor, id al Getsemaní, y allí velad con Cristo durante esas horas de
angustia, cuando su sudor era como grandes gotas de sangre. Mirad
al Salvador pendiente de la cruz. Oíd su clamor desesperado: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Mirad la cabeza
herida, el costado atravesado, los pies maltrechos. Recordad que