148
Palabras de Vida del Gran Maestro
que hubiera en tus poblaciones... comerán y serán saciados”
Estas
reuniones habían de ser como lecciones objetivas para Israel. Des-
pués de habérseles enseñado en esta forma el gozo de la hospitalidad
verdadera, durante el año habían de cuidar de los necesitados y los
pobres. Y estas fiestas tenían una lección más amplia. Las bendicio-
nes espirituales dadas a Israel no eran solamente para los israelitas.
Dios les había concedido el pan de vida para que lo repartieran al
mundo.
Ellos no habían cumplido esa obra. Las palabras de Cristo eran
un reproche para su egoísmo. Estas palabras eran desagradables
para los fariseos. Esperando encauzar la conversación por otro curso,
uno de ellos, con aire de santurrón, exclamó: “Bienaventurado el
que comerá pan en el reino de los cielos”. Este hombre hablaba
con gran seguridad, como si él mismo tuviera la certeza de poseer
un lugar en el reino. Su actitud era similar a la de aquellos que se
regocijan porque son salvos por Cristo, cuando no cumplen con
las condiciones en virtud de las cuales se promete la salvación. El
espíritu que lo animaba se asemejaba al de Balaam cuando oró:
“Muera mi persona de la muerte de los rectos, y mi postrimería
sea como la suya”
El fariseo no estaba pensando en su propia
preparación para el cielo: tan sólo en lo que esperaba gozar allí. Su
observación tenía por propósito desviar la mente de los huéspedes
del tema de su deber práctico. Pensó hacerlos pasar de la vida actual
al tiempo remoto de la resurrección de los justos.
[175]
Cristo leyó el corazón del hipócrita y, manteniendo sobre él sus
ojos, descubrió ante el grupo el carácter y el valor de sus privilegios
actuales. Les mostró que tenían una parte que hacer en ese mismo
tiempo para poder participar de la bienaventuranza futura.
“Un hombre—dijo—hizo una grande cena, y convidó a muchos”.
Cuando llegó el tiempo de la fiesta, el amo envió a sus siervos a
casa de los huéspedes a quienes esperaba, con un segundo mensaje:
“Venid, que ya está todo aparejado”. Pero mostraron una extraña
indiferencia. “Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le
dijo: He comprado una hacienda, y necesito salir y verla; te ruego que
me des por excusado. Y el otro le dijo: He comprado cinco yuntas
de bueyes, y voy a probarlos, ruégote que me des por excusado. Y el
otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”.