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Palabras de Vida del Gran Maestro
el púlpito, la obra sólo ha comenzado. Hay multitudes que nunca
recibirán el Evangelio a menos que éste les sea llevado.
La invitación a la fiesta fue primeramente dada a la nación
judía, el pueblo que había sido llamado para que sus miembros
actuaran como maestros y directores entre los hombres, el pueblo
en cuyas manos se hallaban los rollos proféticos que anunciaban
el advenimiento de Cristo, y al cual había sido encomendado el
servicio simbólico que representaba su misión. Si los sacerdotes y el
pueblo hubieran escuchado el llamamiento, se habrían unido con los
mensajeros de Cristo para dar la invitación evangélica al mundo. Se
les envió la verdad a fin de que la impartieran. Cuando rechazaron
el llamamiento, éste fue enviado a los pobres, los mancos, los cojos
y los ciegos. Los publicanos y los pecadores recibieron la invitación.
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En la proclamación del Evangelio a los gentiles, existe el mismo
plan de trabajo. El mensaje se da primero en “los caminos” [caminos
reales], a los hombres que tienen una parte activa en la obra del
mundo, a los maestros y dirigentes del pueblo.
Recuerden esto los mensajeros del Señor. Los pastores del re-
baño, los maestros colocados por Dios, deben tener muy en cuenta
esta amonestación. Aquellos que pertenecen a las altas esferas de
la sociedad han de ser buscados con tierno afecto y consideración
fraternal. Los hombres de negocios, los que se hallan en elevados
puestos de confianza, los que poseen grandes facultades inventivas
y discernimiento científico, los hombres de genio, los maestros del
Evangelio cuya atención no ha sido llamada a las verdades espe-
ciales para este tiempo: éstos deben ser los primeros en escuchar el
llamamiento. A ellos se les debe dar la invitación.
Hay una obra que hacer en favor de los ricos. Ellos necesitan ser
despertados a su responsabilidad como personas a quienes se han
encomendado los dones del cielo. Necesitan que se les recuerde que
han de dar cuenta ante Aquel que juzgará a los vivos y los muertos.
El hombre rico ha menester que se trabaje por él con el amor y
el temor de Dios. Demasiado a menudo confía en sus riquezas y
no siente su peligro. Los ojos de su mente necesitan ser atraídos a
las cosas de valor perdurable. Debe reconocer la Autoridad llena
de verdadera bondad, que dice: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo
sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de