Página 159 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Una generosa invitación
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corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo
es fácil, y ligera mi carga”
Rara vez se dirige alguien personalmente a los que son encum-
brados en el mundo en virtud de su educación, su riqueza o vocación,
para hablarles respecto a los intereses del alma. Muchos obreros
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cristianos vacilan en aproximarse a estas clases. Pero esto no debe
ocurrir. Si un hombre se estuviera ahogando, no permaneceríamos
sentados mirándolo perecer porque fuera un abogado, un comercian-
te o un juez. Si viésemos a algunas personas a punto de lanzarse
a un precipicio, no vacilaríamos en instarlas a volver atrás, cual-
quiera fuera su posición u ocupación. Tampoco debemos vacilar en
amonestar a los hombres con respecto al peligro del alma.
Nadie debe ser descuidado a causa de su aparente devoción a las
cosas mundanas. Muchos de los que ocupan altos puestos sociales
tienen el corazón apenado y enfermo de vanidad. Anhelan una paz
que no tienen. En las esferas más elevadas de la sociedad hay quienes
tienen hambre y sed de salvación. Muchos recibirían ayuda si los
obreros del Señor se acercaran a ellos personalmente, con maneras
amables y corazón enternecido por el amor de Cristo.
El éxito en la proclamación del mensaje evangélico no depende
de sabios discursos, testimonios elocuentes o profundos argumentos.
Depende de la sencillez del mensaje y de su adaptación a las almas
que tienen hambre del pan de vida. “¿Qué haré para ser salvo?” Este
es el anhelo del alma.
Millares de personas pueden ser alcanzadas en la forma más
sencilla y humilde. Los más intelectuales, aquellos que son consi-
derados como los hombres y las mujeres mejor dotados del mundo,
son frecuentemente refrigerados por las palabras sencillas de alguien
que ama a Dios, y que puede hablar de ese amor tan naturalmente
como los mundanos hablan de las cosas que más profundamente les
interesan.
A menudo las palabras bien preparadas y estudiadas no tienen
sino poca influencia. Pero las palabras llenas de verdad y sinceridad
con que se expresa un hijo o una hija de Dios, habladas con sencillez
natural, tienen poder para desatrancar la puerta de los corazones que
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por largo tiempo ha estado cerrada contra Cristo y su amor.
Recuerde el obrero de Cristo que no ha de trabajar con su pro-
pia fuerza. Eche mano del trono de Dios con fe en su poder para