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Palabras de Vida del Gran Maestro
salvar. Luche con Dios en oración y trabaje entonces con todas las
facilidades que Dios le ha dado. Se le provee el Espíritu Santo co-
mo su eficiencia. Los ángeles ministradores estarán a su lado para
impresionar los corazones.
Si los dirigentes y maestros de Jerusalén hubieran recibido la
verdad que Cristo les trajo, ¡qué centro misionero hubiera sido su
ciudad! El apóstata Israel se hubiera convertido. Se habría reunido
un gran ejército para el Señor. Y cuán rápidamente hubieran llevado
ellos el Evangelio a todas partes del mundo. Así también ahora, si
los hombres de influencia y gran capacidad para ser útiles fuesen
ganados para Cristo, qué obra podría hacerse entonces por su medio
para elevar a los caídos, recoger a los perdidos y extender remota y
ampliamente las nuevas de la salvación. Podría darse rápidamente la
invitación, y reunirse los huéspedes a la mesa del Señor.
Pero no hemos de pensar solamente en los grandes y talentosos,
para descuidar a las clases pobres. Cristo ordenó a sus mensajeros
que fueran también a los que estaban en los caminos y vallados, a
los pobres y humildes de la tierra. En las plazoletas y callejuelas
de las grandes ciudades, en los solitarios caminos de la campaña,
hay familias e individuos—quizá extranjeros en tierra extraña—,
que no pertenecen a ninguna iglesia, y que, en su soledad, llegan a
sentir que Dios se ha olvidado de ellos. No saben lo que deben hacer
para salvarse. Muchos están sumidos en el pecado. Muchos están
angustiados. Están oprimidos por el sufrimiento, la necesidad, la
incredulidad y el desaliento. Se hallan afligidos por enfermedades de
toda clase, tanto del cuerpo como del alma. Anhelan hallar solaz para
sus penas, y Satanás los tienta a buscarlo en las concupiscencias
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y placeres que conducen a la ruina y la muerte. Les ofrece las
manzanas de Sodoma, que se tornarán ceniza en sus labios. Están
gastando su dinero en lo que no es pan, y su trabajo en lo que no
satisface.
En estos dolientes hemos de ver a aquellos a quienes Cristo vino
a salvar. Su invitación a ellos es: “A todos los sedientos: Venid a las
aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid,
comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche... Oídme atentamente
y comed del bien, y deleitaráse vuestra alma con grosura. Inclinad
vuestros oídos, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma”