Página 167 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Cómo se alcanza el perdón
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¡Cuántos hoy día manifiestan el mismo espíritu! Cuando el deu-
dor suplicó misericordia a su señor, no comprendía verdaderamente
la enormidad de su deuda. No se daba cuenta de su impotencia.
Esperaba librarse. “Ten paciencia conmigo—dijo—, y yo te lo pa-
garé todo”. Así también hay muchos que esperan merecer por sus
propias obras el favor de Dios. No comprenden su impotencia. No
aceptan la gracia de Dios como un don gratuito, sino que tratan de
levantarse a sí mismos con su justicia propia. Su propio corazón no
está quebrantado y humillado a causa del pecado, y son exigentes y
no perdonan a otros. Sus propios pecados contra Dios, comparados
con los pecados de sus hermanos contra ellos, son como diez mil
talentos comparados con cien denarios, casi a razón de un millón
por uno; sin embargo, se atreven a no perdonar.
En la parábola, el Señor hizo comparecer ante sí al despiadado
deudor y le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné,
porque me rogaste: ¿No te convenía también a ti tener misericordia
de tu consiervo, como también yo tuve misericordia de ti? Entonces
su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo
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que debía”. “Así también—dijo Jesús—hará con vosotros mi Padre
celestial, si no perdonareis de vuestros corazones cada uno a su
hermano sus ofensas”. El que rehúsa perdonar está desechando por
este hecho su propia esperanza de perdón.
Pero no se deben aplicar mal las enseñanzas de esta parábola.
El perdón de Dios hacia nosotros no disminuye en lo más mínimo
nuestro deber de obedecerle. Así también el espíritu de perdón hacia
nuestros prójimos no disminuye la demanda de las obligaciones
justas. En la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, dijo: “Per-
dónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores”
Con esto no quiso decir que para que se nos
perdonen nuestros pecados no debemos requerir las deudas justas
de nuestros deudores. Si no pueden pagar, aunque sea por su admi-
nistración imprudente, no han de ser echados en prisión, oprimidos,
o tratados ásperamente; pero la parábola no nos enseña que fomen-
temos la indolencia. La Palabra de Dios declara que si un hombre
no trabaja, que tampoco coma
El Señor no exige que el trabajador
sostenga a otros en la ociosidad. Hay muchos que llegan a la pobreza
y a la necesidad porque malgastan el tiempo o no se esfuerzan. Si
esas faltas no son corregidas por los que las abrigan, todo lo que se