Página 19 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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La siembra de la verdadx
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echando la semilla y otros recogiendo los primeros granos. Mirando
la escena, Cristo dijo:
“He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y aconteció sembrando,
que una parte cayó junto al camino; y vinieron las aves del cielo, y
la tragaron. Y otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha
tierra; y luego salió, porque no tenía la tierra profunda: mas, salido
el sol, se quemó, y por cuanto no tenía raíz, se secó. Y otra parte
cayó en espinas; y subieron las espinas, y la ahogaron, y no dio fruto.
Y otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, que subió y creció: y
llevó uno a treinta, y otro a sesenta, y otro a ciento”.
La misión de Cristo no fue entendida por la gente de su tiempo.
La forma de su venida no era la que ellos esperaban. El Señor
Jesús era el fundamento de todo el sistema judaico. Su imponente
ritual era divinamente ordenado. El propósito de él era enseñar a
la gente que al tiempo prefijado vendría Aquel a quien señalaban
esas ceremonias. Pero los judíos habían exaltado las formas y las
ceremonias, y habían perdido de vista su objeto. Las tradiciones,
las máximas y los estatutos de los hombres ocultaron de su vista
las lecciones que Dios se proponía transmitirles. Esas máximas
y tradiciones llegaron a ser un obstáculo para la comprensión y
práctica de la religión verdadera. Y cuando vino la Realidad, en la
persona de Cristo, no reconocieron en él el cumplimiento de todos
sus símbolos, la sustancia de todas sus sombras. Rechazaron a Cristo,
el ser a quien representaban sus ceremonias, y se aferraron a sus
mismos símbolos e inútiles ceremonias. El hijo de Dios había venido,
pero ellos continuaban pidiendo una señal. Al mensaje: “Arrepentíos,
que el reino de los cielos se ha acercado”
contestaron exigiendo
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un milagro. El Evangelio de Cristo era un tropezadero para ellos
porque demandaban señales en vez de un Salvador. Esperaban que el
Mesías probase sus aseveraciones por poderosos actos de conquista,
para establecer su imperio sobre las ruinas de los imperios terrenales.
Cristo contestó a esta expectativa con la parábola del sembrador. No
por la fuerza de las armas, no por violentas interposiciones había de
prevalecer el reino de Dios, sino por la implantación de un nuevo
principio en el corazón de los hombres.
“El que siembra la buena simiente es el Hijo del hombre”
Cristo había venido, no como rey, sino como sembrador; no para
derrocar imperios, sino para esparcir semillas; no para señalar a sus