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              Palabras de Vida del Gran Maestro
            
            
              dos hijos, Cristo dirigió a sus oyentes la pregunta: “¿Cuál de los
            
            
              dos hizo la voluntad de su padre?” Olvidándose de sí mismos, los
            
            
              fariseos contestaron: “El primero”. Esto lo dijeron sin comprender
            
            
              que estaban pronunciando sentencia contra ellos mismos. Entonces
            
            
              salió de los labios de Cristo la denuncia: “De cierto os digo, que los
            
            
              publicanos y las rameras os van delante al reino de Dios. Porque
            
            
              [220]
            
            
              vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; y los
            
            
              publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os
            
            
              arrepentisteis después para creerle”.
            
            
              Juan el Bautista vino predicando la verdad, y mediante su pre-
            
            
              dicación los pecadores quedaban convictos y convertidos. Estos
            
            
              habían de entrar en el reino de los cielos antes que aquellos que en
            
            
              su justicia propia resistían la solemne amonestación. Los publicanos
            
            
              y rameras eran ignorantes, pero estos hombres instruidos conocían
            
            
              el camino de la verdad. Sin embargo, rehusaban caminar en la senda
            
            
              que va al Paraíso de Dios. La verdad que debiera haber sido para
            
            
              ellos un sabor de vida para vida, se convirtió en un sabor de muerte
            
            
              para muerte. Los pecadores manifiestos que se menospreciaban a
            
            
              sí mismos, habían recibido el bautismo de las manos de Juan; pero
            
            
              estos maestros eran hipócritas. Su corazón obstinado era el obstáculo
            
            
              para que recibieran la verdad. Resistían la convicción del Espíritu
            
            
              de Dios. Rehusaban obedecer los mandamientos de Dios.
            
            
              Cristo no les dijo: No podéis entrar en el reino de los cielos; sino
            
            
              que les mostró que el obstáculo que les impedía entrar era creado por
            
            
              ellos mismos. La puerta estaba todavía abierta para esos dirigentes
            
            
              judíos. Se les extendía todavía la invitación. Cristo anhelaba verlos
            
            
              convictos y convertidos.
            
            
              Los sacerdotes y ancianos de Israel pasaban su vida en ceremo-
            
            
              nias religiosas, a las cuales consideraban demasiado sagradas para
            
            
              asociarlas con los negocios seculares. Por consiguiente se esperaba
            
            
              que sus vidas fueran enteramente religiosas. Pero realizaban sus
            
            
              ceremonias para ser vistos de los hombres, para que el mundo los
            
            
              considerara piadosos y devotos. Mientras pretendían obedecer, rehu-
            
            
              saban prestar obediencia a Dios. No eran hacedores de la verdad que
            
            
              profesaban enseñar.
            
            
              Cristo declaró que Juan el Bautista era uno de los mayores pro-
            
            
              fetas, y mostró a sus oyentes que habían tenido suficiente evidencia
            
            
              [221]
            
            
              de que Juan era un mensajero de Dios. Las palabras del predicador