Página 191 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Hechos, no palabras
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del desierto poseían poder. El presentó su mensaje resueltamente, re-
prendiendo los pecados de los sacerdotes y gobernantes, instándolos
a hacer las obras del reino de los cielos. Les señaló su pecaminosa
falta de consideración hacia la autoridad de su Padre, al rehusar ha-
cer la obra que les había sido asignada. No transigió con el pecado,
y muchos abandonaron su impiedad.
Si lo que profesaban creer los dirigentes judíos hubiera sido
genuino, habrían recibido el testimonio de Juan y aceptado a Jesús
como el Mesías. Pero ellos no mostraron los frutos del arrepenti-
miento y la justicia. Los mismos a quienes despreciaban iban antes
que ellos al reino de Dios.
En la parábola, el hijo que afirmó: “Yo, señor, voy”, se presentó
a sí mismo como fiel y obediente; pero el tiempo comprobó que
su profesión no era sincera. El no tenía verdadero amor por su
padre. Así los fariseos se jactaban de su santidad, pero cuando
fueron probados, se los halló faltos. Cuando les interesaba hacerlo,
presentaban los requerimientos de la ley como muy exigentes; pero
cuando a ellos mismos se les exigía la obediencia, mediante arteras
sofisterías despojaban de su fuerza los preceptos de Dios. Respecto
a ellos Cristo declaró: “No hagáis conforme a sus obras: porque
dicen, y no hacen”
Ellos no tenían verdadero amor por Dios o el
hombre. Dios los llamó a ser colaboradores suyos en la obra de
bendecir al mundo; pero aunque profesaban aceptar el llamamiento,
en la práctica rehusaban obedecerlo. Confiaban en sí mismos, y
se jactaban de su piedad; pero desafiaban los mandatos de Dios.
Rehusaban hacer la obra que Dios les había señalado, y debido
a sus transgresiones el Señor estaba por divorciarse de la nación
desobediente.
La justicia propia no es verdadera justicia, y los que se adhieran a
ella tendrán que sufrir las consecuencias de haberse atenido a un fatal
engaño. Muchos pretenden hoy día obedecer los mandamientos de
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Dios, pero no tienen en sus corazones el amor de Dios que fluye hacia
otros. Cristo los llama a unirse con él en su obra por la salvación del
mundo, pero ellos se contentan diciendo: “Yo, señor, voy”. Pero no
van. No cooperan con los que están realizando el servicio de Dios.
Son perezosos. Como el hijo infiel, hacen a Dios promesas falsas.
Al encargarse del solemne pacto de la iglesia se han comprometido
a recibir y obedecer la Palabra de Dios, a entregarse al servicio de