Página 192 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
Dios; pero no lo hacen. Profesan ser hijos de Dios, pero en su vida
y carácter niegan su relación con él. No se rinden a la voluntad de
Dios. Están viviendo una mentira.
Aparentan cumplir la promesa de obedecer cuando ello no im-
plica sacrificio; pero cuando se requieren sacrificio y abnegación,
cuando ven que han de alzar la cruz se echan atrás. Así la convicción
del deber se esfuma, y la transgresión de los mandamientos de Dios
llega a ser un hábito. El oído puede oír la voz de Dios, pero las
facultades espirituales perceptivas han desaparecido. El corazón está
endurecido, la conciencia cauterizada.
No penséis que porque no manifestéis una decidida hostilidad
hacia Cristo le estáis sirviendo. De esa manera engañamos nuestras
almas. Al retener lo que Dios nos ha dado para usarlo en su servicio,
ya sea tiempo o medios, o cualquiera otro de los dones que nos
confirió, trabajamos contra él.
Satanás usa la descuidada y soñolienta indiferencia de los pro-
fesos cristianos para robustecer sus fuerzas y ganar almas para su
bando. Muchos de los que piensan estar del lado de Cristo aun-
que no hacen una obra real por él, están sin embargo, habilitando
al enemigo para ganar terreno y obtener ventajas. Al dejar de ser
obreros diligentes para el Maestro, al dejar de cumplir sus deberes
y no pronunciar las palabras que deben, han permitido que Satanás
domine las almas que podrían haber sido ganadas para Cristo.
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Nunca podremos ser salvados en la indolencia y la inactividad.
Una persona verdaderamente convertida no puede vivir una vida
inútil y estéril. No es posible que vayamos al garete y lleguemos
al cielo. Ningún holgazán puede entrar allí. Si no nos esforzamos
para obtener la entrada en el reino, si no procuramos fervientemente
aprender lo que constituyen las leyes de ese reino, no estamos pre-
parados para tener una parte en él. Los que rehúsan cooperar con
Dios en la tierra, no cooperarían con él en el cielo. No sería seguro
llevarlos al cielo.
Hay más esperanza para los publicanos y pecadores, que para los
que conocen la Palabra de Dios pero rehúsan obedecerla. El que se
ve a sí mismo como pecador, sin ningún manto que cubra su pecado,
que sabe que está corrompiendo su alma, su cuerpo y su espíritu
ante Dios, se alarma para no quedar eternamente separado del reino
de los cielos. Comprende su condición enfermiza, y busca salud del