Página 197 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Un mensaje a la iglesia moderna
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Habían de revelar los principios de su reino. En medio de un mundo
caído e impío habían de representar el carácter de Dios.
Al igual que la viña del Señor, habían de producir un fruto com-
pletamente diferente del de las naciones paganas. Esos pueblos
idólatras se habían entregado a la iniquidad. Sin ninguna restricción
se ejercían la violencia, el crimen, la gula, la opresión y las prácticas
más corruptas. La iniquidad, la degradación y la miseria eran el fruto
del árbol corrupto. Muy diferente había de ser el fruto dado por la
viña plantada por Dios.
El privilegio de la nación judía era el de representar el carácter
de Dios tal como había sido revelado a Moisés. En respuesta a la
oración de Moisés: “Ruégote que me muestres tu gloria”, el Señor
le prometió: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. “Y
pasando Jehová por delante de él, proclamó: Jehová, Jehová, fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad
y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado”
Este era el fruto que Dios
deseaba de su pueblo. En la pureza de sus caracteres, en la santidad
de sus vidas, en su misericordia, en su amante bondad y compasión,
habían de mostrar que “la ley de Jehová es perfecta, que vuelve el
alma”
El propósito de Dios era impartir ricas bendiciones a todo el
mundo mediante la nación judía. Por medio de Israel había de pre-
pararse el camino para la difusión de su luz a todo el mundo. Las
naciones de la tierra, al seguir prácticas corruptas, habían perdido el
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conocimiento de Dios. Sin embargo, en su misericordia, Dios no las
rayó de la existencia. Se propuso darles la oportunidad de llegar a
conocerlo mediante su iglesia. Quería que los principios revelados
por medio de su pueblo fueran los medios de restaurar la imagen
moral de Dios en el hombre.
Para cumplir este propósito, Dios llamó a Abrahán a salir de su
parentela idólatra, y le indicó que morara en la tierra de Canaán.
“Haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu
nombre, y serás bendición”
le dijo.
Los descendientes de Abrahán, Jacob y su posteridad, fueron
llevados a Egipto, para que en medio de aquella grande e impía
nación pudieran revelar los principios del reino de Dios. La inte-
gridad de José y su maravillosa obra al preservar la vida de toda la