Página 203 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Un mensaje a la iglesia moderna
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cibieron el mismo trato que los primeros, sólo que los labradores
mostraron aún un odio más resuelto.
Como un último recurso, Dios envió a su Hijo diciendo: “Ten-
drán respeto a mi hijo”. Pero su resistencia los había vuelto ven-
gativos, y dijeron entre sí: “Este es el heredero; venid, matémosle,
y tomemos su heredad”. Entonces se nos dejará gozar de la viña y
hacer lo que nos plazca con el fruto.
Los gobernantes judíos no amaban a Dios; por lo que se apar-
taron de él, y rechazaron todos sus ofrecimientos de hacer un justo
arreglo. Cristo, el Amado de Dios, vino para presentar las demandas
del Dueño de la viña, pero los labradores lo trataron con marcado
desprecio, diciendo: Este hombre no nos gobernará. Tenían envidia
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de la belleza de carácter de Cristo. La forma de enseñar que Cristo
tenía era muy superior a la de ellos, y temían su éxito. El los recon-
vino, desenmascarando su hipocresía y mostrándoles los resultados
seguros de su proceder. Esto los irritó hasta la locura. Se sentían
requemados bajo los reproches que no podían acallar. Aborrecían
la elevada norma de justicia que Cristo presentaba continuamente.
Veían que sus enseñanzas los estaban colocando en el lugar en don-
de su egoísmo iba a quedar al descubierto, y determinaron matarlo.
Aborrecían su ejemplo de veracidad y piedad, y la elevada espiritua-
lidad revelada en todo lo que hacía. Su vida entera era un reproche
para el egoísmo de ellos, y cuando se presentó la prueba final, la
prueba que significaba obediencia para vida eterna o desobediencia
para muerte eterna, rechazaron al Santo de Israel. Cuando se les
pidió que escogieran entre Cristo y Barrabás, clamaron: “Suéltanos
a Barrabás”. Y cuando Pilato preguntó: “¿Qué pues haré de Jesús?”
gritaron ferozmente: “Crucifícale”. “¿A vuestro rey he de crucifi-
car?” preguntó Pilato, y de los sacerdotes y magistrados se elevó la
respuesta: “No tenemos rey sino a César”. Cuando Pilato se lavó
las manos diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo”,
los sacerdotes se unieron con la turba ignorante en su exclamación
apasionada: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”
Así hicieron su elección los dirigentes judíos. Su decisión fue
registrada en el libro que Juan vio en la mano de Aquel que se sienta
en el trono, el libro que ningún hombre podía abrir. Con todo su
carácter vindicativo aparecerá esta decisión delante de ellos el día
en que este libro sea abierto por el León de la tribu de Judá.