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Palabras de Vida del Gran Maestro
Los judíos abrigaban la idea de que eran los favoritos del cielo, y
que siempre habían de ser exaltados como iglesia de Dios. Eran los
hijos de Abrahán, declaraban, y tan firme les parecía el fundamento
de su prosperidad, que desafiaban al cielo y a la tierra a que los
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desposeyeran de sus derechos. Sin embargo, mediante sus vidas de
infidelidad, se estaban preparando para la condenación del cielo y
su separación de Dios.
En la parábola de la viña, después que Cristo hubo descrito de-
lante de los sacerdotes su acto culminante de impiedad, les hizo la
pregunta: “Cuando viniere el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos
labradores?” Los sacerdotes habían seguido la narración con profun-
do interés, y sin considerar la relación que el tema tenía con ellos,
se unieron con el pueblo en la respuesta: “A los malos destruirá
miserablemente, y su viña dará a renta a otros labradores, que le
paguen el fruto a sus tiempos”.
Sin advertirlo, habían pronunciado su propia sentencia. Jesús los
contempló, y bajo su escudriñadora mirada ellos supieron que leía
los secretos de su corazón. Su divinidad irradió delante de ellos con
poder inconfundible. Vieron en los labradores el propio retrato de sí
mismos, e involuntariamente exclamaron: “¡Dios nos libre!”
Solemne y sentidamente Cristo les preguntó: “¿Nunca leísteis
en las Escrituras: la piedra que desecharon los que edificaban, ésta
fue hecha por cabeza de esquina; por el Señor es hecho esto, y es
cosa maravillosa en nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino
de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que haga los
frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y
sobre quien ella cayere, le desmenuzará”.
Cristo podría haber impedido la condenación de la nación judía
si el pueblo lo hubiera recibido. Pero la envidia y los celos hicieron
implacables a los hijos de Israel. Determinaron no recibir a Jesús
de Nazaret como el Mesías. Rechazaron la luz del mundo, y de allí
en adelante sus vidas estuvieron rodeadas de tinieblas, como las
tinieblas de media noche. La condena predicha cayó sobre la nación
judía. Sus propias pasiones feroces e indómitas produjeron su ruina.
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En su ira ciega se destruyeron mutuamente. Su terco orgullo rebelde
trajo sobre ellos la ira de sus conquistadores romanos. Jerusalén fue
destruida, el templo dejado en ruinas y el terreno arado como un
campo. Los hijos de Judá perecieron en las más horribles formas