Un mensaje a la iglesia moderna
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de muerte. Millones fueron vendidos para servir como esclavos en
tierras paganas.
Como pueblo, los judíos habían dejado de cumplir el propósito
de Dios, y la viña les fue quitada. Los privilegios de que habían
abusado, la obra que habían menospreciado, fueron confiados a
otros.
La iglesia de hoy día
La parábola de la viña se aplica no sólo a la nación judía. Tiene
una lección para nosotros. La iglesia en esta generación ha sido
dotada por Dios de grandes privilegios y bendiciones, y él espera los
resultados correspondientes.
Hemos sido redimidos mediante un rescate costoso. Sólo por la
grandeza de este rescate podemos concebir sus resultados. En esta
tierra, la tierra cuyo suelo ha sido humedecido por las lágrimas y
la sangre del Hijo de Dios, se han de producir preciosos frutos del
paraíso. En la vida de los hijos de Dios, las verdades de su Palabra
han de revelar su gloria y excelencia. Mediante su pueblo, Cristo ha
de manifestar su carácter y los principios de su reino.
Satanás trata de obstruir la obra de Dios, e insta constantemente
a los hombres a aceptar sus principios. Presenta al pueblo escogido
de Dios como a gente engañada. Es un acusador de los hermanos, y
su poder de acusar lo emplea contra los que obran justicia. El Señor
desea, mediante su pueblo, contestar las acusaciones de Satanás
mostrando los resultados de la obediencia a los principios rectos.
Esos principios se han de manifestar en el cristiano individual-
mente, en la familia, en la iglesia, y en cada institución establecida
para el servicio de Dios. Todos éstos han de ser símbolos de lo que
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se puede hacer para el mundo. Han de ser representaciones del poder
salvador de las verdades del Evangelio. Todos son agentes en el
cumplimiento del gran propósito de Dios para la especie humana.
Los dirigentes judíos consideraban con orgullo su magnífico
templo y los imponentes ritos de sus servicios religiosos; pero les
faltaba la justicia, la misericordia y el amor de Dios. La gloria del
templo, el esplendor de sus servicios, no podían recomendarlos a
Dios; pues no le ofrecían lo único que es de valor a su vista. No le
presentaban el sacrificio de un espíritu humilde y contrito. Cuando