Página 215 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Ante el tribunal supremo
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La invitación a la fiesta había sido dada por los discípulos de
Cristo. Nuestro Señor había mandado a los doce y después a los
setenta, para que proclamaran que el reino de Dios estaba cerca, e
invitasen a los hombres a arrepentirse y creer en el Evangelio. Pero la
invitación no fue escuchada. Los que habían sido invitados a la fiesta
no vinieron. Los siervos fueron enviados más tarde para decirles:
“He aquí, mi comida he aparejado; mis toros y animales engordados
son muertos, y todo está prevenido: venid a las bodas”. Tal fue el
mensaje dado a la nación judía después de la crucifixión de Cristo,
pero la nación que aseveraba ser el pueblo peculiar de Dios rechazó
el Evangelio que se le traía con el poder del Espíritu Santo. Muchos
hicieron esto de la manera más despectiva. Otros se exasperaron
tanto por el ofrecimiento de la salvación, por la oferta de perdón,
por haber rechazado al Señor de gloria, que se volvieron contra los
portadores del mensaje. Hubo “una grande persecución”
Muchos
hombres y mujeres fueron echados en la cárcel, y fueron muertos
algunos de los mensajeros del Señor, como Esteban y Santiago.
Así selló el pueblo judío su rechazamiento de la misericordia
de Dios. El resultado fue predicho por Cristo en la parábola. El
rey, “enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y puso
fuego a su ciudad”. El juicio pronunciado vino sobre los judíos en la
destrucción de Jerusalén y la dispersión de la nación.
La tercera invitación a la fiesta representa la proclamación del
Evangelio a los gentiles. El rey dijo: “Las bodas a la verdad están
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aparejadas; mas los que eran llamados no eran dignos. Id pues a las
salidas de los caminos y llamad a las bodas a cuantos hallareis”.
Los siervos del rey que salieron por los caminos “juntaron a todos
los que hallaron; juntamente malos y buenos”. Era una compañía
heterogénea. Algunos no tenían mayor respeto, por quien daba la
fiesta, que aquellos que habían rechazado la invitación. Los que
fueron primeramente invitados no podían consentir, pensaban ellos,
en sacrificar ninguna ventaja mundanal para asistir al banquete del
rey. Y entre los que aceptaron la invitación, había algunos que
sólo pensaban en su propio beneficio. Vinieron para disfrutar del
banquete, pero no por el deseo de honrar al rey.
Cuando el rey vino a ver a los convidados, se reveló el verdadero
carácter de todos. Para cada uno de los convidados a la fiesta se
había provisto un vestido de boda. Este vestido era un regalo del rey.