Página 217 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Ante el tribunal supremo
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inocencia. Si hubieran permanecido fieles a Dios, habría continuado
envolviéndolos. Pero cuando entró el pecado, rompieron su relación
con Dios, y la luz que los había circuido se apartó. Desnudos y
avergonzados, procuraron suplir la falta de los mantos celestiales
cosiendo hojas de higuera para cubrirse.
Esto es lo que los transgresores de la ley de Dios han hecho
desde el día en que Adán y Eva desobedecieron. Han cosido hojas
de higuera para cubrir la desnudez causada por la transgresión. Han
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usado los mantos de su propia invención; mediante sus propias obras
han tratado de cubrir sus pecados y hacerse aceptables a Dios.
Pero esto no pueden lograrlo jamás. El hombre no puede idear
nada que pueda ocupar el lugar de su perdido manto de inocencia.
Ningún manto hecho de hojas de higuera, ningún vestido común a la
usanza mundana, podrán emplear aquellos que se sienten con Cristo
y los ángeles en la cena de las bodas del Cordero.
Únicamente el manto que Cristo mismo ha provisto puede ha-
cernos dignos de aparecer ante la presencia de Dios. Cristo colocará
este manto, esta ropa de su propia justicia sobre cada alma arrepen-
tida y creyente. “Yo te amonesto—dice él—que de mí compres...
vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu des-
nudez”
Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de
invención humana. Cristo, en su humanidad, desarrolló un carácter
perfecto, y ofrece impartirnos a nosotros este carácter. “Como trapos
asquerosos son todas nuestras justicias”
Todo cuanto podamos ha-
cer por nosotros mismos está manchado por el pecado. Pero el Hijo
de Dios “apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado
en él”. Se define el pecado como la “transgresión de la ley”
Pero
Cristo fue obediente a todo requerimiento de la ley. El dijo de sí
mismo: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley
está en medio de mi corazón”
Cuando estaba en la tierra dijo a sus
discípulos: “He guardado los mandamientos de mi Padre”
Por su
perfecta obediencia ha hecho posible que cada ser humano obedezca
los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el co-
razón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad,
la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan
a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el
manto de su justicia. Entonces, cuando el Señor nos contempla, él ve
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