Página 220 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
Muchos de los que se llaman cristianos, son meros moralistas
humanos. Han rechazado el don que podía haberlos capacitado
para honrar a Cristo representándolo ante el mundo. La obra del
Espíritu Santo es para ellos una obra extraña. No son hacedores de la
Palabra. Los principios celestiales que distinguen a los que son uno
con Cristo de los que son uno con el mundo, ya casi no se pueden
distinguir. Los profesos seguidores de Cristo no son más un pueblo
separado y peculiar. La línea de demarcación es borrosa. El pueblo
se está subordinando al mundo, a sus prácticas, a sus costumbres,
a su egoísmo. La iglesia ha vuelto al mundo en la transgresión de
la ley, cuando el mundo debiera haber vuelto a la iglesia por la
obediencia al Decálogo. Diariamente, la iglesia se está convirtiendo
al mundo.
Todos éstos esperan ser salvos por la muerte de Cristo, mientras
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rehúsan vivir una vida de sacrificio propio. Ensalzan las riquezas
de la abundante gracia, y pretenden cubrirse con una apariencia
de justicia, esperando ocultar sus defectos de carácter; pero sus
esfuerzos serán vanos en el gran día de Dios.
La justicia de Cristo no cubrirá ningún pecado acariciado. Pue-
de ser que un hombre sea transgresor de la ley en su corazón; no
obstante, si no comete un acto exterior de transgresión, puede ser
considerado por el mundo como un hombre de gran integridad. Pero
la ley de Dios mira los secretos del corazón. Cada acción es juzga-
da por los motivos que la impulsaron. Únicamente lo que está de
acuerdo con los principios de la ley de Dios soportará la prueba del
juicio.
Dios es amor. El mostró ese amor en el don de Cristo. Cuando
él dio “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna”
no le negó nada a su posesión
adquirida. Dio todo el cielo, del cual podemos obtener fuerza y
eficiencia, para que no seamos rechazados o vencidos por nuestro
gran adversario. Pero el amor de Dios no lo induce a disculpar el
pecado. No lo disculpó en Satanás; no lo disculpó en Adán o en
Caín; ni lo disculpará en ningún otro de los hijos de los hombres. El
no tolerará nuestros pecados ni pasará por alto nuestros defectos de
carácter. Espera que los venzamos en su nombre.
Los que rechazan el don de la justicia de Cristo están rechazando
los atributos de carácter que harían de ellos hijos e hijas de Dios.