Página 221 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Ante el tribunal supremo
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Están rechazando lo único que podría capacitarlos para ocupar un
lugar en la fiesta de bodas.
En la parábola, cuando el rey preguntó: “¿Cómo entraste aquí no
teniendo vestido de boda?” el hombre quedó mudo. Así ocurrirá en el
gran día del juicio. Los hombres pueden disculpar ahora sus defectos
de carácter, pero en aquel día no tendrán excusas que presentar.
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Las iglesias profesas de Cristo de esta generación disfrutan de
los más altos privilegios. El Señor nos ha sido revelado con una
luz cada vez mayor. Nuestros privilegios son mucho más grandes
que los del antiguo pueblo de Dios. No sólo poseemos la gran luz
confiada a Israel, sino que tenemos la creciente evidencia de la gran
salvación que nos ha sido traída por Jesucristo. Aquello que era tipo
y símbolo para los judíos es una realidad para nosotros. Ellos tenían
la historia del Antiguo Testamento; nosotros tenemos eso y también
el Nuevo Testamento. Tenemos la seguridad de un Salvador que ha
venido, que ha sido crucificado, que ha resucitado y que junto al
sepulcro de José proclamó: “Yo soy la resurrección y la vida”. En
virtud del conocimiento que poseemos de Cristo y su amor, el reino
de Dios es puesto en medio de nosotros. Cristo nos es revelado en
sermones y nos es cantado en himnos. El banquete espiritual nos
es presentado con rica abundancia. El vestido de bodas, provisto a
un precio infinito, es ofrecido gratuitamente a cada alma. Mediante
los mensajeros de Dios nos son presentadas la justicia de Cristo,
la justificación por la fe, y las preciosas y grandísimas promesas
de la Palabra de Dios, el libre acceso al Padre por medio de Cristo,
la consolación del Espíritu y la bien fundada seguridad de la vida
eterna en el reino de Dios. ¿Qué otra cosa podía hacer Dios que no
haya hecho al proveer la gran cena, el banquete celestial?
Los ángeles ministradores del cielo dicen: La obra que se nos
comisionó realizar ya ha sido cumplida. Hemos hecho retroceder el
ejército de los ángeles malos. Hemos enviado claridad y luz a las
almas de los hombres, despertando el recuerdo del amor de Dios ex-
presado en Jesús. Hemos atraído sus miradas a la cruz de Cristo. Sus
corazones fueron profundamente conmovidos por una conciencia
del pecado que crucificó al Hijo de Dios. Fueron convencidos de pe-
cado. Comprendieron los pasos que han de tomarse en la conversión;
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sintieron el poder del Evangelio; sus corazones fueron enternecidos
al considerar la dulzura del amor de Dios. Contemplaron la her-