Cómo enriquecer la personalidad
223
El uso de los talentos
En la parábola, el que había “recibido cinco talentos, se fue, y
granjeó con ellos, e hizo otros cinco talentos. Asimismo el que había
recibido dos, ganó también él otros dos”.
Los talentos, aunque sean pocos, han de ser usados. La pregunta
que más nos interesa no es: ¿cuánto he recibido? sino, ¿qué estoy ha-
ciendo con lo que tengo? El desarrollo de todas nuestras facultades
es el primer deber que tenemos para con Dios y nuestros prójimos.
Nadie que no crezca diariamente en capacidad y utilidad, está cum-
pliendo el propósito de la vida. Al hacer una profesión de fe en
Cristo, nos comprometemos a desarrollarnos, en la medida plena
de nuestra capacidad, como obreros para el Maestro, y debiéramos
[265]
cultivar toda facultad hasta el más elevado grado de perfección, a fin
de que podamos realizar el mayor bien de que seamos capaces.
El Señor tiene una gran obra que ha de ser hecha, y él recompen-
sará en mayor escala, en la vida futura, a los que presten un servicio
más fiel y voluntario en la vida presente. El Señor escoge sus propios
agentes, y cada día, bajo diferentes circunstancias, los prueba en su
plan de acción. En cada esfuerzo hecho de todo corazón para reali-
zar su plan, él escoge a sus agentes, no porque sean perfectos, sino
porque, mediante la relación con él, pueden alcanzar la perfección.
Dios aceptará únicamente a los que están determinados a ponerse
un blanco elevado. Coloca a cada agente humano bajo la obligación
de hacer lo mejor que puede. De todos exige perfección moral. Nun-
ca debiéramos rebajar la norma de justicia a fin de contemporizar con
malas tendencias heredadas o cultivadas. Necesitamos comprender
que es pecado la imperfección de carácter. En Dios se hallan todos
los atributos justos del carácter como un todo perfecto y armonioso,
y cada uno de los que recibe a Cristo como su Salvador personal,
tiene el privilegio de poseer esos atributos.
Y todos los que quieran ser obreros juntamente con Dios, deben
esforzarse por alcanzar la perfección de cada órgano del cuerpo y
cada cualidad de la mente. La verdadera educación es la preparación
de las facultades físicas, mentales y morales para la ejecución de
todo deber; es el adiestramiento del cuerpo, la mente y el alma para
el servicio divino. Esta es la educación que perdurará en la vida
eterna.