Página 234 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
de nuestra experiencia. Debiéramos hablar de la misericordia y la
amante bondad de Dios, de la incomparable profundidad del amor
del Salvador. Nuestras palabras debieran ser palabras de alabanza y
agradecimiento. Si la mente y el corazón están llenos del amor de
Dios, éste se revelará en la conversación. No será un asunto difícil
impartir aquello que forma parte de nuestra vida espiritual. Los gran-
des pensamientos, las nobles aspiraciones, las claras percepciones de
la verdad, los propósitos altruistas, los anhelos de piedad y santidad,
llevarán fruto en palabras que revelarán el carácter del tesoro del
corazón. Cuando Cristo sea así revelado por nuestras palabras, éstas
poseerán poder para ganar almas para él.
Hemos de hablar de Cristo a aquellos que no lo conocen. Hemos
de obrar como lo hizo Cristo. Doquiera él estuviera: en la sinagoga,
junto al camino, en un bote algo alejado de tierra, en el banquete
del fariseo o en la mesa del publicano, hablaba a las gentes de las
cosas concernientes a la vida superior. Relacionaba la naturaleza
y los acontecimientos de la vida diaria con las palabras de verdad.
Los corazones de sus oyentes eran atraídos hacia él; porque él había
sanado a sus enfermos, había consolado a los afligidos, y tomando
a sus niños en sus brazos, los había bendecido. Cuando él abría los
labios para hablar, la atención se concentraba en él, y cada palabra
era para algún alma sabor de vida para vida.
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Así debe ser con nosotros. Doquiera estemos, hemos de procurar
aprovechar las oportunidades que se nos presenten para hablar a
otros del Salvador. Si seguimos el ejemplo de Cristo en hacer bien,
los corazones se nos abrirán como se le abrían a él. No bruscamente,
sino con tacto impulsado por el amor divino, podremos hablarles
de Aquel que es “señalado entre diez mil”, y “todo él codiciable”
Esta es la obra suprema en la cual podemos emplear el talento del
habla. Dicho talento nos ha sido dado para que podamos presentar a
Cristo como el Salvador que perdona el pecado.
La influencia
La vida de Cristo era de una influencia siempre creciente, sin lí-
mites; una influencia que lo ligaba a Dios y a toda la familia humana.
Por medio de Cristo, Dios ha investido al hombre de una influen-
cia que le hace imposible vivir para sí. Estamos individualmente