Página 235 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Cómo enriquecer la personalidad
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vinculados con nuestros semejantes, somos una parte del gran todo
de Dios y nos hallamos bajo obligaciones mutuas. Ningún hombre
puede ser independiente de sus prójimos, pues el bienestar de cada
uno afecta a los demás. Es el propósito de Dios que cada uno se
sienta necesario para el bienestar de los otros y trate de promover su
felicidad.
Cada alma está rodeada de una atmósfera propia, de una atmósfe-
ra que puede estar cargada del poder vivificante de la fe, el valor y la
esperanza, y endulzada por la fragancia del amor. O puede ser pesada
y fría por la bruma del descontento y el egoísmo, o estar envenenada
por la contaminación fatal de un pecado acariciado. Toda persona
con la cual nos relacionamos queda, consciente o inconscientemente,
afectada por la atmósfera que nos rodea.
Es ésta una responsabilidad de la que no nos podemos librar.
Nuestras palabras, nuestros actos, nuestro vestido, nuestra conducta,
hasta la expresión de nuestro rostro, tienen influencia. De la im-
presión así hecha dependen resultados para bien o para mal, que
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ningún hombre puede medir. Cada impulso impartido de ese modo
es una semilla sembrada que producirá su cosecha. Es un eslabón
de la larga cadena de los acontecimientos humanos, que se extiende
hasta no sabemos dónde. Si por nuestro ejemplo ayudamos a otros a
desarrollar buenos principios, les damos poder para hacer el bien.
Ellos a su vez ejercen la misma influencia sobre otros, y éstos sobre
otros más. De este modo, miles pueden ser bendecidos por nuestra
influencia inconsciente.
Arrojad una piedrecita al lago, y se formará una onda, y otra y
otra, y a medida que crecen éstas, el círculo se agranda hasta que
llega a la costa misma. Lo mismo ocurre con nuestra influencia. Más
allá del alcance de nuestro conocimiento o dominio, obra en otros
como una bendición o una maldición.
El carácter es poder. El testimonio silencioso de una vida sincera,
abnegada y piadosa, tiene una influencia casi irresistible. Al revelar
en nuestra propia vida el carácter de Cristo, cooperamos con él en
la obra de salvar almas. Solamente revelando en nuestra vida su
carácter, podemos cooperar con él.
Y cuanto más amplia es la esfera de nuestra influencia, mayor
bien podemos hacer. Cuando los que profesan servir a Dios sigan
el ejemplo de Cristo practicando los principios de la ley en su vida