Página 236 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
diaria; cuando cada acto dé testimonio de que aman a Dios más que
todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos, entonces la iglesia
tendrá poder para conmover al mundo.
Pero nunca ha de olvidarse que la influencia no ejerce menos
poder para el mal. Perder la propia alma es algo terrible, pero ser
la causa de la pérdida de otras almas es más terrible aún. Resulta
terrible pensar que nuestra influencia pueda ser un sabor de muerte
para muerte; no obstante es posible. Muchos de los que profesan
recoger con Cristo están alejando a otros de él. Por esto la iglesia es
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tan débil. Muchos se permiten criticar y acusar a otros libremente.
Al dar expresión a las suspicacias, los celos y el descontento, se
convierten en instrumentos de Satanás. Antes de que se den cuenta
de lo que están haciendo, el adversario ha logrado por medio de
ellos su propósito. La impresión del mal ha sido hecha, la sombra
ha sido arrojada, las flechas de Satanás han dado en el blanco. La
desconfianza, la incredulidad y un escepticismo absoluto han hecho
presa de aquellos que de otra manera hubieran aceptado a Cristo.
Entre tanto, los siervos de Satanás miran complacidos a aquellos a
quienes han conducido al escepticismo, y que están hoy endurecidos
contra la reprensión y la súplica. Se jactan de que en comparación
con esas almas ellos son virtuosos y justos. No se dan cuenta de
que estos pobres náufragos del carácter son la obra de sus propias
lenguas irrefrenadas y de sus rebeldes corazones. Mediante su propia
influencia esas almas tentadas han caído.
Así la frivolidad, la complacencia propia y la descuidada indife-
rencia de los profesos cristianos están apartando a muchas almas del
camino de la vida. Son muchos los que temerán encontrarse ante el
tribunal de Dios con los resultados de su influencia.
Solamente por la gracia de Dios podemos emplear debidamente
este don. No hay nada en nosotros mismos por lo cual podamos
ejercer sobre otros influencia para bien. Al comprender nuestra im-
potencia y nuestra necesidad del poder divino, no confiaremos en
nosotros mismos. No sabemos qué resultados traerá un día, una hora
o un momento, y nunca debiéramos comenzar el día sin encomen-
dar nuestros caminos a nuestro Padre celestial. Sus ángeles están
comisionados para velar por nosotros, y si nos sometemos a su cus-
todia, entonces en cada ocasión de peligro estarán a nuestra diestra.
Cuando inconscientemente estamos en peligro de ejercer una mala