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Palabras de Vida del Gran Maestro
ganancia correspondiente. Al hacerlo no se atribuyen mérito alguno.
Sus talentos son aquellos que les han sido entregados; han ganado
otros telentos, pero no podía haber habido ganancia sin el depósito.
Ven que no han hecho sino su deber. El capital pertenecía al Señor;
la ganancia también le pertenece. Si el Salvador no les hubiera
conferido su amor y su gracia, hubieran fracasado para la eternidad.
Pero cuando el Maestro recibe los talentos, él aprueba y recom-
pensa a los obreros como si todo el mérito les perteneciera a ellos. Su
rostro está lleno de gozo y satisfacción. Se deleita al considerar que
puede conferirles bendiciones. Los recompensa por cada servicio
y cada sacrificio, no porque les deba nada, sino porque su corazón
rebosa de amor y ternura.
“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel—dice—: sobre
mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”.
Es la fidelidad, la lealtad a Dios, el servicio amante, lo que gana
la aprobación divina. Cada impulso del Espíritu Santo que conduce
a los hombres a la bondad y a Dios, es registrado en los libros del
cielo, y en el día de Dios, los obreros por medio de los cuales él ha
obrado, serán ensalzados.
Entrarán en el gozo del Señor mientras ven en su reino a aquellos
que han sido redimidos por su medio. Y se les da el privilegio de
participar en su obra allí, porque han sido preparados para ella
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gracias a la participación en su obra aquí. Lo que seremos en el
cielo será el reflejo de lo que seamos ahora en carácter y servicio
santo. Cristo dijo de sí mismo: “El Hijo del hombre no vino para ser
servido, sino para servir”
Esta, su obra en la tierra, es también su
obra en el cielo. Y nuestra recompensa por trabajar con Cristo en
este mundo es el mayor poder y el más amplio privilegio de trabajar
con él en el mundo venidero.
“Y llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor,
te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste,
y recoges donde no esparciste. Y tuve miedo, y fui, y escondí tu
talento en la tierra: he aquí tienes lo que es tuyo”.
Así los hombres disculpan la forma en que descuidan los dones
de Dios. Consideran a Dios severo y tiránico, como si acechara para
espiar sus errores y visitarlos con sus juicios. Ellos lo acusan de
exigir lo que nunca dio, y de segar donde nunca sembró.