Página 253 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Cómo enriquecer la personalidad
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Hay muchos que en su corazón acusan a Dios de ser un amo
duro porque reclama sus posesiones y su servicio. Pero no podemos
traer a Dios nada que no sea ya suyo. “Todo es tuyo—decía el rey
David—y lo recibido de tu mano te damos”
Todas las cosas son
de Dios, no sólo por la creación, sino por la redención. Todas las
bendiciones de esta vida y de la vida venidera nos son entregadas
con el sello de la cruz del Calvario. Por lo tanto, la acusación de que
Dios es un amo duro, que siega donde no ha sembrado, es falsa.
El Señor no niega la acusación del mal siervo, por injusta que sea;
pero encarándolo en su propio terreno le muestra que su conducta es
inexcusable. Se le habían provisto formas y medios por los cuales el
talento podría haber sido aprovechado para beneficio del poseedor.
“Te convenía—dijo—dar mi dinero a los banqueros, y viniendo yo
hubiera recibido lo que es mío con usura”.
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Nuestro Padre celestial no exige ni más ni menos que aquello que
él nos ha dado la capacidad de efectuar. No coloca sobre sus siervos
ninguna carga que no puedan llevar. “El conoce nuestra condición;
acuérdase que somos polvo”
Todo lo que él exige de nosotros
podemos cumplirlo mediante la gracia divina.
“A cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a deman-
dar de él”
Se nos hará individualmente responsables si hacemos
una jota menos de lo que podríamos efectuar con nuestra capacidad.
El Señor mide con exactitud toda posibilidad de servicio. Hemos de
dar cuenta tanto de las facultades no empleadas como de las que se
aprovechan. Dios nos tiene por responsables de todo lo que llegaría-
mos a ser por medio del uso debido de nuestros talentos. Seremos
juzgados de acuerdo con lo que debiéramos haber hecho, pero no
efectuamos por no haber usado nuestras facultades para glorificar
a Dios. Aun cuando no perdamos nuestra alma, en la eternidad nos
daremos cuenta del resultado de los talentos que dejamos sin usar.
Habrá una pérdida eterna por todo el conocimiento y la habilidad
que podríamos haber obtenido y no obtuvimos.
Pero cuando nos entregamos completamente a Dios y en nuestra
obra seguimos sus instrucciones, él mismo se hace responsable de
su realización. El no quiere que conjeturemos en cuanto al éxito de
nuestros sinceros esfuerzos. Nunca debemos pensar en el fracaso.
Hemos de cooperar con Uno que no conoce el fracaso.