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Palabras de Vida del Gran Maestro
dijo: Cien coros de trigo. Y él le dijo: Toma tu obligación, y escribe
ochenta”.
Este siervo infiel hizo participar a otros de su falta de honradez.
Defraudó a su amo para beneficiarlos, y ellos aceptando este benefi-
cio, se colocaban bajo la obligación de recibirlo como amigo en sus
casas.
“Y alabó el señor al mayordomo malo por haber hecho discre-
tamente”. El hombre del mundo alabó el ingenio del que lo había
defraudado. Pero el elogio del rico no es el elogio de Dios.
Cristo no elogió al mayordomo injusto, pero empleó este caso
bien conocido para ilustrar la lección que deseaba enseñar. “Haceos
de amigos por medio del lucro de injusticia—dijo—para que, cuando
éste os falte, os reciban en las moradas eternas”
El Salvador había sido censurado por los fariseos por tratar con
publicanos y pecadores; pero su interés en ellos no disminuyó, ni
cesaron sus esfuerzos por ellos. El vio que su empleo los inducía a
la tentación. Estaban rodeados por incitaciones a hacer lo malo. Era
fácil dar el primer paso malo, y el descenso era rápido para llegar a
mayor falta de honradez y a mayores delitos. Cristo estaba tratando
por todos los medios de ganarlos a principios más nobles y fines
más elevados. Este era el propósito que tenía presente al relatar la
historia del mayordomo infiel. Había habido entre los publicanos un
caso como el presentado en la parábola, y en la descripción hecha
por Cristo reconocieron ellos sus propias prácticas. Esto llamó su
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atención, y por el cuadro de sus prácticas faltas de honradez, muchos
aprendieron una lección de verdad espiritual.
Sin embargo, la parábola se dirigía directamente a los discípulos.
A ellos primero fue impartida la levadura de la verdad, y por su
medio había de alcanzar a otros. Gran parte de la enseñanza de Cristo
no era comprendida por los discípulos al principio, y en consecuencia
sus lecciones parecían casi olvidadas. Pero bajo la influencia del
Espíritu Santo esas verdades revivieron más tarde con claridad, y
por medio de los discípulos fueron presentadas vívidamente a los
nuevos conversos que se añadían a la iglesia.
Y el Salvador hablaba también a los fariseos. El no perdía la
esperanza de que percibieran la fuerza de sus palabras. Muchos
habían sido convencidos profundamente, y al oír la verdad bajo el
dictado del Espíritu Santo, no pocos llegarían a creer en Cristo.