Talentos que dan éxito
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Los fariseos habían tratado de desacreditar a Cristo acusándolo
de tratarse con publicanos y pecadores. Ahora él vuelve el reproche
contra sus acusadores. La escena que se sabía había ocurrido entre
los publicanos, la presenta ante los fariseos, tanto para representar
su conducta como para demostrar la única manera por la cual podían
redimir sus errores.
Los bienes de su Señor habían sido confiados al mayordomo
infiel con propósitos de benevolencia; pero éste los había usado para
sí. Así también había hecho Israel. Dios había elegido la simiente
de Abrahán. Con brazo poderoso la había librado de la servidumbre
de Egipto. La había hecho depositaria de la verdad sagrada para
bendición del mundo. Le había confiado los oráculos vivos para que
comunicase la luz a otros. Pero sus mayordomos habían empleado
estos dones para enriquecerse y exaltarse a sí mismos.
Los fariseos, llenos de un sentimiento de su propia importancia y
justicia propia, estaban aplicando mal los bienes que Dios les había
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prestado para que los empleasen en glorificarlo.
En la parábola, el siervo no había hecho provisión para lo futuro.
Los bienes a él confiados para beneficio de otros, los había empleado
para sí mismo. Pero había pensado solamente en lo presente. Cuando
se le quitase la mayordomía, no tendría nada que pudiese llamar
suyo. Pero todavía estaban en sus manos los bienes de su señor, y
resolvió emplearlos para asegurarse contra necesidades futuras. A fin
de lograr esto debía trabajar según un nuevo plan. En vez de juntar
para sí, debía impartir a otros. Así podría conseguir amigos que lo
recibieran, cuando se lo hubiese desechado. Así también ocurría
con los fariseos. Pronto se les iba a quitar la mayordomía, y estaban
llamados a proveer para lo futuro. Únicamente buscando el bien de
otros, podían beneficiarse a sí mismos. Únicamente impartiendo los
dones de Dios en la vida presente, podían proveer para la eternidad.
Después de relatar la parábola, Cristo dijo: “Los hijos de este
siglo son en su generación más sagaces que los hijos de la luz”.
Es decir, que los hombres sabios de este mundo manifiestan más
sabiduría y fervor en servirse a sí mismos que los que profesan servir
a Dios en el servicio que le prestan. Así sucedía en los días de Cristo,
y así sucede hoy. Miremos la vida de muchos de los que aseveran
ser cristianos. El Señor los ha dotado de capacidad, poder e influen-
cia; les ha confiado dinero, a fin de que sean colaboradores con él