Página 266 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron e hiriéndole, se
fueron, dejándole medio muerto”.
Viajando de Jerusalén a Jericó, el viajero tenía que pasar por una
sección del desierto de Judea. El camino conducía a una hondonada
desierta y rocosa que estaba infestada de bandidos, y que a menudo
era escenario de actos de violencia. Fue allí donde el viajero resultó
atacado, despojado de cuanto de valor llevaba y dejado medio muerto
a la vera del camino. Mientras yacía en esa condición, pasó por el
sendero un sacerdote; vio al hombre tirado, herido y magullado,
revolcándose en su propia sangre, pero lo dejó sin prestarle ninguna
ayuda. “Se pasó de lado”. Entonces apareció un levita. Curioso de
saber lo que había ocurrido, se detuvo y observó al hombre que
sufría. Estaba convencido de lo que debía hacer, pero no era un
deber agradable. Deseó no haber venido por ese camino, de manera
que no hubiese visto al hombre herido. Se persuadió a sí mismo de
que el caso no le concernía, y él también “se pasó de lado”.
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Pero un samaritano, viajando por el mismo camino, vio al que
sufría, e hizo la obra que los otros habían rehusado. Con amabili-
dad y bondad ministró al hombre herido. “Viéndole, fue movido a
misericordia; y llegándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y
vino; y poniéndole sobre su cabalgadura, llevóle al mesón, y cuidó
de él. Y otro día al partir, sacó dos denarios, y diólos al huésped, y
le dijo: Cuídamelo, y todo lo que demás gastares, yo cuando vuelva
te lo pagaré”. Tanto el sacerdote como el levita profesaban piedad,
pero el samaritano mostró que él estaba verdaderamente convertido.
No era más agradable para él hacer la obra que para el sacerdote y
el levita, pero por el espíritu y por las obras demostró que estaba en
armonía con Dios.
Al dar esta lección, Cristo presentó los principios de la ley de
una manera directa y enérgica, mostrando a sus oyentes que habían
descuidado el cumplir esos principios. Sus palabras eran tan de-
finidas y al punto, que los que escuchaban no pudieron encontrar
ocasión para cavilar. El doctor de la ley no encontró en la lección
nada que pudiera criticar. Desapareció su prejuicio con respecto
a Cristo. Pero no pudo vencer su antipatía nacional lo suficiente
como para mencionar por nombre al samaritano. Cuando Cristo le
preguntó: “¿Quién, pues, de estos tres, te parece que fue el prójimo