Página 267 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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La verdadera riqueza
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de aquel que cayó en manos de ladrones?” contestó: “El que usó con
él de misericordia”.
“Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”. Muestra la
misma tierna bondad hacia aquellos que se hallan en necesidad. Así
darás evidencia de que guardas toda la ley.
La gran diferencia que había entre los judíos y los samarita-
nos se relacionaba con ciertas creencias religiosas, respecto a qué
constituye el verdadero culto. Los fariseos no acostumbraban decir
nada bueno de los samaritanos, sino que echaban sobre ellos sus
más amargas maldiciones. Tan fuerte era la antipatía entre los judíos
y los samaritanos, que a la mujer samaritana le pareció una cosa
extraña que Cristo le pidiera de beber. “¿Cómo tú—le dijo—, siendo
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judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” “Porque—
añade el evangelista—los judíos no se tratan con los samaritanos”
Y cuando los judíos estaban tan llenos de odio asesino contra Cristo
que se levantaron en el templo para apedrearlo, no pudieron encon-
trar mejores palabras para expresar su odio que: “¿No decimos bien
nosotros, que tú eres samaritano, y tienes demonio?
Sin embargo
el sacerdote y el levita descuidaron la misma obra que el Señor les
había ordenado, dejando que el odiado y despreciado samaritano
ministrara a uno de los compatriotas de ellos.
El samaritano había cumplido el mandamiento: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”, mostrando así que era más justo que
aquellos por los cuales era denunciado. A riesgo de su propia vida,
había tratado al herido como hermano suyo. El samaritano representa
a Cristo. Nuestro Salvador manifestó por nosotros un amor que el
amor del hombre nunca puede igualar. Cuando estábamos heridos y
desfallecientes, tuvo piedad de nosotros. No se apartó de nosotros por
otro camino, y nos abandonó impotentes y sin esperanza, a la muerte.
No permaneció en su santo y feliz hogar, donde era amado por todas
las huestes celestiales. Contempló nuestra dolorosa necesidad, se
hizo cargo de nuestro caso, identificó sus intereses con los de la
humanidad. Murió para salvar a sus enemigos. Oró por sus asesinos.
Señalando su propio ejemplo, dice a sus seguidores: “Esto os mando:
que os améis los unos a los otros”, “como os he amado, que también
os améis los unos a los otros”
El sacerdote y el levita habían ido a adorar al templo cuyo servi-
cio fue indicado por Dios mismo. El participar en ese servicio era