Página 268 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
un noble y exaltado privilegio, y el sacerdote y el levita creyeron
que, habiendo sido así honrados, no les correspondía ministrar a un
hombre anónimo que sufría a la orilla del camino. Así descuidaron
la especial oportunidad que Dios les había ofrecido como agentes
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suyos, de bendecir a sus semejantes.
Muchos están hoy cometiendo un error similar. Dividen sus
deberes en dos clases distintas. La primera clase abarca las grandes
cosas, que han de ser reguladas por la ley de Dios; la otra clase se
compone de las cosas llamadas pequeñas, en las cuales se ignora el
mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta esfera
de actividad se deja librada al capricho, y se sujeta a la inclinación o
al impulso. Así el carácter se malogra y la religión de Cristo es mal
interpretada.
Existen personas que piensan que es degradante para su dignidad
ministrar a la humanidad que sufre. Muchos miran con indiferencia
y desprecio a aquellos que han permitido que el templo del alma
yaciera en ruinas. Otros descuidan a los pobres por diversos moti-
vos. Están trabajando, como creen, en la causa de Cristo, tratando
de llevar a cabo alguna empresa digna. Creen que están haciendo
una gran obra, y no pueden detenerse a mirar los menesteres del
necesitado y afligido. Al promover el avance de su supuesta gran
obra, pueden hasta oprimir a los pobres. Pueden colocarlos en duras
y difíciles circunstancias, privarlos de sus derechos o descuidar sus
necesidades. Sin embargo, creen que todo eso es justificable porque
están, según piensan, promoviendo la causa de Cristo.
Muchos permitirán que un hermano o un vecino luche sin ayuda
bajo adversas circunstancias. Por cuanto profesan ser cristianos,
puede éste ser inducido a pensar que ellos, en su frío egoísmo, están
representando a Cristo. Debido a que los profesos siervos de Dios
no cooperan con él, el amor de Dios, que debería fluir de ellos, es
en gran medida negado a sus semejantes. Y se impide que una gran
corriente de alabanza y acción de gracias ascienda a Dios de los
labios y de los corazones humanos. Se lo despoja de la gloria debida
a su santo nombre. Se lo priva de las almas por las cuales Cristo
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murió, almas a quienes anhela llevar a su reino, para vivir en su
presencia a través de las edades infinitas.
La verdad divina ejerce poca influencia sobre el mundo, cuando
debiera ejercer mucha influencia por nuestra práctica. Abunda la me-