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              Palabras de Vida del Gran Maestro
            
            
              un noble y exaltado privilegio, y el sacerdote y el levita creyeron
            
            
              que, habiendo sido así honrados, no les correspondía ministrar a un
            
            
              hombre anónimo que sufría a la orilla del camino. Así descuidaron
            
            
              la especial oportunidad que Dios les había ofrecido como agentes
            
            
              [315]
            
            
              suyos, de bendecir a sus semejantes.
            
            
              Muchos están hoy cometiendo un error similar. Dividen sus
            
            
              deberes en dos clases distintas. La primera clase abarca las grandes
            
            
              cosas, que han de ser reguladas por la ley de Dios; la otra clase se
            
            
              compone de las cosas llamadas pequeñas, en las cuales se ignora el
            
            
              mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta esfera
            
            
              de actividad se deja librada al capricho, y se sujeta a la inclinación o
            
            
              al impulso. Así el carácter se malogra y la religión de Cristo es mal
            
            
              interpretada.
            
            
              Existen personas que piensan que es degradante para su dignidad
            
            
              ministrar a la humanidad que sufre. Muchos miran con indiferencia
            
            
              y desprecio a aquellos que han permitido que el templo del alma
            
            
              yaciera en ruinas. Otros descuidan a los pobres por diversos moti-
            
            
              vos. Están trabajando, como creen, en la causa de Cristo, tratando
            
            
              de llevar a cabo alguna empresa digna. Creen que están haciendo
            
            
              una gran obra, y no pueden detenerse a mirar los menesteres del
            
            
              necesitado y afligido. Al promover el avance de su supuesta gran
            
            
              obra, pueden hasta oprimir a los pobres. Pueden colocarlos en duras
            
            
              y difíciles circunstancias, privarlos de sus derechos o descuidar sus
            
            
              necesidades. Sin embargo, creen que todo eso es justificable porque
            
            
              están, según piensan, promoviendo la causa de Cristo.
            
            
              Muchos permitirán que un hermano o un vecino luche sin ayuda
            
            
              bajo adversas circunstancias. Por cuanto profesan ser cristianos,
            
            
              puede éste ser inducido a pensar que ellos, en su frío egoísmo, están
            
            
              representando a Cristo. Debido a que los profesos siervos de Dios
            
            
              no cooperan con él, el amor de Dios, que debería fluir de ellos, es
            
            
              en gran medida negado a sus semejantes. Y se impide que una gran
            
            
              corriente de alabanza y acción de gracias ascienda a Dios de los
            
            
              labios y de los corazones humanos. Se lo despoja de la gloria debida
            
            
              a su santo nombre. Se lo priva de las almas por las cuales Cristo
            
            
              [316]
            
            
              murió, almas a quienes anhela llevar a su reino, para vivir en su
            
            
              presencia a través de las edades infinitas.
            
            
              La verdad divina ejerce poca influencia sobre el mundo, cuando
            
            
              debiera ejercer mucha influencia por nuestra práctica. Abunda la me-