La verdadera riqueza
            
            
              265
            
            
              ra profesión de religión, pero tiene poco peso. Podemos aseverar ser
            
            
              seguidores de Cristo, podemos afirmar que creemos toda la verdad
            
            
              de la Palabra de Dios; pero esto no beneficiará a nuestro prójimo a
            
            
              menos que nuestra creencia penetre en nuestra vida diaria. Lo que
            
            
              profesamos puede ser tan sublime como el cielo, pero no nos salvará
            
            
              a nosotros ni a nuestros semejantes a menos que seamos cristianos.
            
            
              Un ejemplo correcto hará más para beneficiar al mundo que todo lo
            
            
              que profesemos.
            
            
              Ninguna práctica egoísta puede servir a la causa de Cristo. Su
            
            
              causa es la causa de los oprimidos y de los pobres. En el corazón de
            
            
              los que profesan seguirle, se necesita la tierna simpatía de Cristo, un
            
            
              amor más profundo por aquellos a quienes estimó tanto que dio su
            
            
              propia vida para salvarlos. Estas almas son preciosas, infinitamente
            
            
              más preciosas que cualquier otra ofrenda que podamos llevar a
            
            
              Dios. El dedicar toda energía a alguna obra aparentemente grande,
            
            
              mientras descuidamos a los menesterosos y apartamos al extranjero
            
            
              de su derecho, no es un servicio que reciba su aprobación.
            
            
              La santificación del alma por la obra del Espíritu Santo es la
            
            
              implantación de la naturaleza de Cristo en la humanidad. La religión
            
            
              del Evangelio es Cristo en la vida—un principio vivo y activo. Es
            
            
              la gracia de Cristo revelada en el carácter y desarrollada en las
            
            
              buenas obras. Los principios del Evangelio no pueden separarse de
            
            
              ninguna fase de la vida práctica. Todo aspecto de la vida y de la
            
            
              labor cristianas debe ser una representación de la vida de Cristo.
            
            
              El amor es la base de la piedad. Cualquiera que sea la profesión
            
            
              [317]
            
            
              que se haga, nadie tiene amor puro para con Dios a menos que tenga
            
            
              amor abnegado para con su hermano. Pero nunca podemos entrar
            
            
              en posesión de este espíritu
            
            
              tratando
            
            
              de amar a otros. Lo que se
            
            
              necesita es que esté el amor de Cristo en el corazón. Cuando el
            
            
              yo está sumergido en Cristo, el amor brota espontáneamente. La
            
            
              plenitud del carácter cristiano se alcanza cuando el impulso a ayudar
            
            
              y beneficiar a otros brota constantemente de adentro, cuando la luz
            
            
              del cielo llena el corazón y se revela en el semblante.
            
            
              Es imposible que el corazón en el cual Cristo mora esté des-
            
            
              provisto de amor. Si amamos a Dios porque él nos amó primero,
            
            
              amaremos a todos aquellos por quienes Cristo murió. No podemos
            
            
              llegar a estar en contacto con la Divinidad sin estar en contacto con la
            
            
              humanidad; porque en Aquel que está sentado sobre el trono del uni-