Página 271 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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La verdadera riqueza
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existe amargura de sentimiento por causa de la diferencia de la reli-
gión, puede hacerse mucho bien mediante el servicio personal. El
ministerio amante quebrantará el prejuicio, y ganará las almas para
Dios.
Debemos anticiparnos a las tristezas, las dificultades y angustias
de los demás. Debemos participar de los goces y cuidados tanto de
los encumbrados como de los humildes, de los ricos como de los
pobres. “De gracia recibisteis—dice Cristo—, dad de gracia”
En
nuestro derredor hay pobres almas probadas que necesitan palabras
de simpatía y acciones serviciales. Hay viudas que necesitan sim-
patía y ayuda. Hay huérfanos a quienes Cristo ha encargado a sus
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servidores que los reciban como una custodia de Dios. Demasiado a
menudo se los pasa por alto con negligencia. Pueden ser andrajosos,
toscos, y aparentemente sin atractivo alguno; pero son propiedad de
Dios. Han sido comprados con precio, y a su vista son tan preciosos
como nosotros. Son miembros de la gran familia de Dios, y los cris-
tianos como mayordomos suyos, son responsables por ellos. “Sus
almas—dice—, demandaré de tu mano”.
El pecado es el mayor de todos los males, y nos incumbe com-
padecernos del pecador y ayudarlo. Pero no todos pueden ser alcan-
zados de la misma manera. Hay muchos que ocultan el hambre de
su alma. Les ayudaría grandemente una palabra tierna o un recuer-
do bondadoso. Hay otros que están en la mayor necesidad, y, sin
embargo, no lo saben. No se percatan de su terrible indigencia de
alma. Hay multitudes tan hundidas en el pecado que han perdido
el sentido de las realidades eternas, han perdido la semejanza con
Dios, y apenas saben si tienen almas que salvar o no. No tienen fe en
Dios ni confianza en el hombre. Muchas de estas personas pueden
ser alcanzadas únicamente por actos de bondad desinteresada. Hay
que atender primero sus necesidades físicas: alimentarlas, limpiar-
las y vestirlas decentemente. Al ver la evidencia de vuestro amor
abnegado, les será más fácil creer en el amor de Cristo.
Hay muchos que yerran, y que sienten su vergüenza e insensatez.
Miran sus faltas y errores hasta ser arrastrados casi a la desespera-
ción. No debemos descuidar a estas almas. Cuando uno tiene que
nadar contra la corriente, toda la fuerza de ésta lo rechaza. Extiénda-
sele una mano auxiliadora como se extendió la mano del Hermano
Mayor hacia Pedro cuando se hundía. Diríjansele palabras llenas