Página 277 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Bases para la recompensa final
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en luz. Es sólo por la gracia inmerecida de Cristo como un hombre
puede hallar entrada en la ciudad de Dios.
No menos para el rico que para el pobre son las palabras que
habló el Espíritu Santo: “No sois vuestros. Porque comprados sois
por precio”
Cuando los hombres crean esto, considerarán sus po-
sesiones como un préstamo que ha de ser usado como Dios dirija,
para la salvación de los perdidos y el consuelo de los que sufren
y los pobres. Para el hombre esto es imposible, porque el corazón
se adhiere a su tesoro terrenal. El alma que está unida en servicio
a Mammón es sorda al clamor de la necesidad humana. Pero para
Dios todas las cosas son posibles. Al contemplar el incomparable
amor de Cristo, el corazón egoísta será ablandado y subyugado. El
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hombre rico será inducido, como lo fue Saulo el fariseo, a decir: “Las
cosas que para mí eran ganancia, helas reputado pérdidas por amor
de Cristo: Y ciertamente, aun reputo todas las cosas pérdida por el
eminente conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”
Entonces no
considerarán nada como suyo propio. Se regocijarán de considerarse
a sí mismos como mayordomos de la multiforme gracia de Dios, y
por su causa siervos de todos los hombres.
Pedro fue el primero en reponerse de la secreta convicción obrada
por las palabras del Salvador. Pensó con satisfacción en lo que él
y sus hermanos habían abandonado por Cristo. “He aquí—dijo—,
nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido”. Recordando la
promesa condicional hecha al joven príncipe, “tendrás tesoro en el
cielo”, ahora preguntó qué habían de recibir él y sus compañeros
como recompensa por sus sacrificios.
La respuesta del Salvador emocionó los corazones de aquellos
pescadores galileos. Pintó honores que sobrepujaban sus más altos
sueños: “De cierto os digo, que vosotros que me habéis seguido, en
la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono
de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel”. Y añadió: “No hay ninguno que
haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o
mujer, o hijos, o heredades, por causa de mí y del Evangelio, que
no reciba cien tantos ahora en este tiempo, casas, y hermanos y
hermanas, y madres, e hijos, y heredades, con persecuciones; y en el
siglo venidero la vida eterna”.