Página 28 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
cristiano: es por la unión invisible del alma con Cristo, mediante la
fe, como la vida espiritual se alimenta. Pero los oyentes pedregosos
dependen de sí mismos y no de Cristo. Confían en sus buenas obras
y buenos impulsos, y se sienten fuertes en su propia justicia. No son
fuertes en el Señor y en la potencia de su fortaleza. Tal persona “no
tiene raíz en sí”, porque no está relacionada con Cristo.
El cálido sol estival, que fortalece y madura el robusto grano,
destruye aquello que no tiene raíz profunda. Así “el que no tiene raíz
en sí” “es temporal”, es decir, dura sólo un tiempo; y una vez “venida
la aflicción o la persecución por la palabra, luego se ofende”. Muchos
reciben el Evangelio como una manera de escapar del sufrimiento,
más bien que como una liberación del pecado. Se regocijan por un
tiempo, porque piensan que la religión los libertará de las dificultades
y las pruebas. Mientras todo marcha suavemente y viento en popa,
parecen ser cristianos consecuentes. Pero desmayan en medio de
la prueba fiera de la tentación. No pueden soportar el oprobio por
la causa de Cristo. Cuando la Palabra de Dios señala algún pecado
acariciado o pide algún sacrificio, ellos se ofenden. Les costaría
demasiado esfuerzo hacer un cambio radical en su vida. Miran los
actuales inconvenientes y pruebas, y olvidan las realidades eternas.
A semejanza de los discípulos que dejaron a Jesús, están listos para
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decir: “Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?
Hay muchos que pretenden servir a Dios, pero que no lo conocen
por experiencia. Su deseo de hacer la voluntad divina se basa en
su propia inclinación, y no en la profunda convicción impartida
por el Espíritu Santo. Su conducta no armoniza con la ley de Dios.
Profesan aceptar a Cristo como su Salvador, pero no creen que él
quiere darles poder para vencer sus pecados. No tienen una relación
personal con un Salvador viviente, y su carácter revela defectos así
heredados como cultivados.
Una cosa es manifestar un asentimiento general a la intervención
del Espíritu Santo, y otra cosa aceptar su obra como reprendedor
que nos llama al arrepentimiento. Muchos sienten su apartamiento
de Dios, comprenden que están esclavizados por el yo y el pecado;
hacen esfuerzos por reformarse; pero no crucifican el yo. No se
entregan enteramente en las manos de Cristo, buscando el poder
divino que los habilite para hacer su voluntad. No están dispuestos a
ser modelados a la semejanza divina. En forma general reconocen