La siembra de la verdadx
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sus imperfecciones, pero no abandonan sus pecados particulares.
Con cada acto erróneo se fortalece la vieja naturaleza egoísta.
La única esperanza para estas almas consiste en que se realice
en ellas la verdad de las palabras de Cristo dirigidas a Nicodemo:
“Os es necesario nacer otra vez”. “El que no naciere otra vez, no
puede ver el reino de Dios”
La verdadera santidad es integridad en el servicio de Dios. Esta
es la condición de la verdadera vida cristiana. Cristo pide una consa-
gración sin reserva, un servicio indiviso. Pide el corazón, la mente,
el alma, las fuerzas. No debe agradarse al yo. El que vive para sí no
es cristiano.
El amor debe ser el principio que impulse a obrar. El amor es
el principio fundamental del gobierno de Dios en los cielos y en la
tierra, y debe ser el fundamento del carácter del cristiano. Sólo este
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elemento puede hacer estable al cristiano. Sólo esto puede habilitarlo
para resistir la prueba y la tentación.
Y el amor se revelará en el sacrificio. El plan de redención fue
fundado en el sacrificio, un sacrificio tan amplio y tan profundo y
tan alto que es inconmensurable. Cristo lo dio todo por nosotros, y
aquellos que reciben a Cristo deben estar listos a sacrificarlo todo
por la causa de su Redentor. El pensamiento de su honor y de su
gloria vendrá antes de ninguna otra cosa.
Si amamos a Jesús, amaremos vivir para él, presentar nuestras
ofrendas de gratitud a él, trabajar por él. El mismo trabajo será
liviano. Por su causa anhelaremos el dolor, las penalidades y el
sacrificio. Simpatizaremos con su vehemente deseo de salvar a los
hombres. Sentiremos por las almas el mismo tierno afán que él
sintió.
Esta es la religión de Cristo. Cualquier cosa que sea menos que
esto es un engaño. Ningún alma se salvará por una mera teoría de
la verdad o por una profesión de discipulado. No pertenecemos a
Cristo a menos que seamos totalmente suyos. La tibieza en la vida
cristiana es lo que hace a los hombres débiles en su propósito y
volubles en sus deseos. El esfuerzo por servir al yo y a Cristo a
la vez lo hace a uno oidor pedregoso, y no prevalecerá cuando la
prueba le sobrevenga.