El premio inmerecido
            
            
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              estar realizando el servicio de Dios. Aparentemente todas esperan
            
            
              la aparición de Cristo. Pero cinco no están listas. Cinco quedarán
            
            
              [340]
            
            
              sorprendidas y espantadas fuera de la sala del banquete.
            
            
              En el día final, muchos pretenderán ser admitidos en el reino
            
            
              de Cristo, diciendo: “Delante de ti hemos comido y bebido, y en
            
            
              nuestras plazas enseñaste”. Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
            
            
              nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos
            
            
              muchos milagros?” Pero la respuesta es: “Dígoos que no os conozco;
            
            
              apartaos de mí”
            
            
            
            
              En esta vida no han practicado el compañerismo
            
            
              con Cristo; por lo tanto no conocen el lenguaje del cielo, son extraños
            
            
              a sus gozos. “¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino
            
            
              el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció
            
            
              las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”
            
            
            
            
              Las más tristes de todas las palabras jamás escuchadas por oídos
            
            
              mortales son las que constituyen la sentencia: “No os conozco”. El
            
            
              compañerismo del Espíritu, que vosotros habéis despreciado, es lo
            
            
              único que podría identificaros con la gozosa multitud en la fiesta
            
            
              nupcial. No podéis participar en esa escena. Su luz caería sobre
            
            
              ojos cegados, su melodía en oídos sordos. Su amor y su gozo no
            
            
              haría vibrar ninguna cuerda de alegría en el corazón entumecido
            
            
              por el mundo. Sois excluidos del cielo por vuestra propia falta de
            
            
              idoneidad para habitar en él.
            
            
              No podemos estar listos para encontrar al Señor despertándonos
            
            
              cuando se oye el clamor: “He aquí el esposo”, y entonces recoger
            
            
              nuestras lámparas vacías para llenarlas. No podemos mantener a
            
            
              Cristo lejos de nuestra vida aquí, y sin embargo ser hechos idóneos
            
            
              para su compañerismo en el cielo.
            
            
              En la parábola, las vírgenes prudentes tenían aceite en las vasijas
            
            
              de sus lámparas. Su luz ardió con llama viva a través de la noche de
            
            
              vela. Cooperaron en la iluminación efectuada en honor del esposo.
            
            
              Brillando en las tinieblas, contribuyeron a iluminar el camino que
            
            
              debía recorrer el esposo hasta el hogar de la esposa, para celebrar la
            
            
              [341]
            
            
              fiesta de bodas.
            
            
              Así los seguidores de Cristo han de verter luz sobre las tinieblas
            
            
              del mundo. Por medio del Espíritu Santo, la Palabra de Dios es una
            
            
              luz cuando llega a ser un poder transformador en la vida del que la
            
            
              recibe. Implantando en el corazón los principios de su Palabra, el
            
            
              Espíritu Santo desarrolla en los hombres los atributos de Dios. La