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              Palabras de Vida del Gran Maestro
            
            
              que no tiene hogar. Y se nos llama a hacer más que esto. Únicamente
            
            
              el amor de Cristo puede satisfacer las necesidades del alma. Si Cristo
            
            
              habita permanentemente en nosotros, nuestros corazones estarán
            
            
              llenos de divina simpatía. Las fuentes selladas del amor fervoroso,
            
            
              semejante al de Cristo, serán abiertas.
            
            
              Dios nos pide para los necesitados no sólo nuestros dones, sino
            
            
              un semblante alegre, palabras llenas de esperanza, un bondadoso
            
            
              apretón de manos. Cuando Cristo sanaba a los enfermos, coloca-
            
            
              ba sus manos sobre ellos. De la misma manera debemos nosotros
            
            
              [344]
            
            
              colocarnos en íntimo contacto con aquellos a quienes tratamos de
            
            
              beneficiar.
            
            
              Hay muchas personas que han perdido la esperanza. Devolvedles
            
            
              la luz del sol. Muchos han perdido su valor. Habladles alegres pala-
            
            
              bras de aliento. Orad por ellos. Hay personas que necesitan el pan de
            
            
              vida. Leedles de la Palabra de Dios. Muchos están afectados de una
            
            
              enfermedad del alma que ningún bálsamo humano puede alcanzar y
            
            
              que ningún médico puede curar. Orad por esas almas. Llevadlas a
            
            
              Jesús. Decidles que hay bálsamo en Galaad y que también hay allí
            
            
              Médico.
            
            
              La luz es una bendición, una bendición universal que derrama
            
            
              sus tesoros sobre un mundo ingrato, impío, corrompido. Tal ocurre
            
            
              con la luz del Sol de Justicia. Toda la tierra, envuelta como está
            
            
              en las tinieblas del pecado, del dolor y el sufrimiento, ha de ser
            
            
              iluminada con el conocimiento del amor de Dios. Ninguna secta,
            
            
              categoría o clase de gente ha de ser privada de la luz que irradia del
            
            
              trono celestial.
            
            
              El mensaje de esperanza y misericordia ha de ser llevado a los
            
            
              confines de la tierra. El que quiere, puede extender la mano y asirse
            
            
              del poder de Dios, y hacer paz con él, y hallará paz. Ya no deben
            
            
              los paganos seguir envueltos en las tinieblas de medianoche. La
            
            
              lobreguez ha de desaparecer ante los brillantes rayos del Sol de
            
            
              Justicia. El poder del infierno ha sido vencido.
            
            
              Pero ningún hombre puede impartir lo que él mismo no ha recibi-
            
            
              do. En la obra de Dios, la humanidad no puede generar nada. Ningún
            
            
              hombre puede por su propio esfuerzo convertirse en un portaluz de
            
            
              Dios. Era el áureo aceite vertido por los mensajeros celestiales en
            
            
              los tubos de oro, para ser conducido del recipiente de oro a las lám-
            
            
              paras del santuario, lo que producía una luz continua, brillante y