Página 31 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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La siembra de la verdadx
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porque ellos no las echan sobre él. Por lo tanto, los cuidados de la
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vida, que deberían inducirlos a ir al Salvador para obtener ayuda y
alivio, los separan de él.
Muchos que podrían ser fructíferos en el servicio de Dios se
dedican a adquirir riquezas. La totalidad de su energía es absorbida
en las empresas comerciales, y se sienten obligados a descuidar las
cosas de naturaleza espiritual. Así se separan de Dios. En las Escri-
turas se nos ordena que no seamos perezosos en los quehaceres
Hemos de trabajar para poder dar al que necesita. Los cristianos
deben trabajar, deben ocuparse en los negocios, y pueden hacerlo
sin pecar. Pero muchos llegan a estar tan absortos en los negocios,
que no tienen tiempo para orar, para estudiar la Biblia, para buscar y
servir a Dios. A veces su alma anhela la santidad y el cielo; pero no
tienen tiempo para apartarse del ruido del mundo a fin de escuchar
el lenguaje del Espíritu de Dios, que habla con majestad y con auto-
ridad. Las cosas de la eternidad se convierten en secundarias y las
cosas del mundo en supremas. Es imposible que la simiente de la
palabra produzca fruto; pues la vida del alma se emplea en alimentar
las espinas de la mundanalidad.
Y muchos que obran con un propósito muy diferente caen en
un error similar. Están trabajando para el bien de otros; sus deberes
apremian, sus responsabilidades son muchas, y permiten que su
trabajo ocupe hasta el tiempo que deben a la devoción. Descuidan la
comunión que debieran sostener con Dios por medio de la oración
y el estudio de su Palabra. Olvidan que Cristo dijo: “Sin mí nada
podéis hacer”
Andan lejos de Cristo; su vida no está saturada de
su gracia y se revelan las características del yo. Su servicio se echa
a perder por el deseo de la supremacía y por los rasgos ásperos y
carentes de bondad del corazón insubordinado. He aquí uno de los
principales secretos del fracaso en la obra cristiana. Esta es la razón
por la cual sus resultados son a menudo tan pobres.
“El engaño de las riquezas”. El amor a las riquezas tiene el poder
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de infatuar y engañar. Demasiado a menudo aquellos que poseen
tesoros mundanales se olvidan de que es Dios el que les ha dado el
poder de adquirir riquezas. Dicen: “Mi poder y la fortaleza de mi
mano me han traído esta riqueza”
Su riqueza, en vez de despertar
la gratitud hacia Dios, los induce a la exaltación propia. Pierden el
sentido de su dependencia de Dios y su obligación con respecto a